Pat Magee y Jo Berry: Ex voluntario del IRA e hija de un parlamentario británico muerto en atentado

Tomaron vuelos separados en Belfast y Manchester, aunque llegaron en el mismo avión a Euskal
Herria. La metáfora de dos vidas que, partiendo de puntos opuestos, hallan un espacio de
encuentro. Magee, voluntario del IRA, realizó el atentado de Brighton (1984). Murieron cinco
personas. Una era el parlamentario «torie» Anthony Berry, padre de Joe.

Han concatenado unas cuantas entrevistas, sin apenas tiempo de pisar suelo en Donostia. Lo más
fácil sería echarle la culpa a la BBC, que narró sus vidas en uno de los muchos documentales que
ha dedicado al proceso de paz irlandés. Lo cierto es que el interés de los periodistas, por lo que
nos toca, es más egoísta. Miramos hacia el norte pero el espejo nos rebota una imagen
caleidoscópica porque, como en Irlanda, en Euskal Herria el sufrimiento no tiene uno sino mil
rostros.

Dice Joe que «cuando le pones cara al ‘enemigo’ y aceptas que todos tenemos derecho a ser
oídos aparece siempre el ser humano» y Pat apunta que «nunca me negaría a hablar con nadie, y
menos con aquel que ha sufrido por nuestra lucha; ningún republicano lo haría, porque para
superar el conflicto debe haber un diálogo que no excluya a nadie».
Brighton.

12 de octubre de 1984. ¿Cómo abordan cada uno de ustedes el regreso a esa jornada?
¿Hasta qué punto su encuentro ha transformado sus vivencias de aquel atentado?

Pat MAGEE: Hay muchas cosas sobre ese día sobre las que no podemos hablar. Tanto Joe como
yo intentamos ser francos, pero todo el aspecto operacional no se toca. Por mi parte, he de decir
que la percibo como lo que era: una operación importante, en el contexto de una campaña del
IRA. Eso no quiere decir que no emplee toda la sensibilidad que requiere el hablar con la hija de
una persona que murió en el ataque contra el Congreso del Partido Conservador británico en
Brighton.
Jo BERRY: Una parte de mí puede acordarse de ese día como si fuera ayer, pero otra parte mira
ya el recorrido que hemos hecho; yo primero, y luego con Pat. Perdí a mi padre de una de las
formas más horribles que se pueda imaginar y siento esa pérdida, pero también sé que estoy
transformando ese sentimiento, lo que no quiere decir que esté curada del dolor.
[Pat Magee fue detenido y condenado a cadena perpetua por aquel atentado. En total, en su vida
ha pasado 17 años de cárcel e internamiento. Salió en libertad en 1999, merced a los acuerdos de
paz, y en 2000 se encontró por vez primera con Jo Berry]

¿Qué hizo posible que no se dieran la espalda a los cinco minutos de verse y que, al contrario, hablaran tres horas seguidas en su primer encuentro?

J.B: En mi interior había hecho ya un proceso de reconstrucción y estaba preparada para abordar
esa fase, ese encuentro. ¿Cómo conseguimos que, aun con esa preparación anterior, con ese
nuevo clima de proceso de paz, no saltase todo por los aires nada más vernos? Me ayudó mucho
la actitud abierta de Pat de oír mi historia y de abrir espacio al diálogo.

P.M: No fue difícil aceptar el mantener ese primer encuentro, lo que no quiere decir que el
encuentro en sí no fuera difícil. Soy republicano, y debo estar dispuesto a hablar con cualquiera
que esté dispuesto a hacerlo conmigo, también con la persona a la que ha dañado mi compromiso
político. Mi única duda era si nuestro encuentro sería positivo o sería de enfrentamiento. Esto
segundo no lo habría aceptado. Afortunadamente abrimos un camino.

Para la familia de la persona que muere en un atentado, como usted, señora Barry, todo
empieza en un día concreto, como ese 12 de octubre en Brighton; para usted, señor Magee, ese día tiene en realidad su comienzo mucho antes, en la vivencia de la opresión política, del internamiento, con el alistamiento en el IRA… ¿Cómo se abre paso el diálogo partiendo de vivencias tan diferentes?

P.M: Me uní al IRA con 20 años, en el 72. Aunque nací en Belfast, viví la niñez en Londres y mi
vuelta, en el 71, coincidió con la política de internamiento. En esa época, tanto desde el punto de
vista de mi pensamiento como de mi temperamento, me habría definido como un joven pacifista.
Al ver la realidad cotidiana de una ciudad, un país, una comunidad reprimida y que estaba
resistiendo a una ocupación, me dije ‘quiero ser parte de esa resistencia’. Y me alisté en el IRA.
Básicamente me definiría como un republicano activo desde entonces y hasta que dejé la cárcel en
1999. A mi salida, tras diecisiete años, no me incorporé al movimiento activamente, pero sigo
siendo republicano y apoyo incondicionalmente a Sinn Féin y a su estrategia de búsqueda de la
paz. Creo que lo que estoy haciendo con Joe y también con otras víctimas es otra forma de
contribución a esa causa en la que creo.

¿Ayuda o no lo suficiente explicar y escuchar las razones y el contexto de esa lucha?

J.B: Ayudan muchas cosas. Ha sido importante para mí escuchar a otras víctimas, vivir sus
experiencias, y encontrar junto a ellas un lugar en el que sentirme segura para mostrar mis
sentimientos pero también para responsabilizarme de lo que implica ese viaje al que se refiere. Al
principio no podía contar a nadie lo que estaba haciendo, no hablé hasta que pasaron diez meses
de nuestras primeras conversaciones. Tampoco Pat.

¿Es difícil hacer comprender a otras personas que para hacer el viaje que han realizado han optado por retirar de la maleta lastres como la exigencia del perdón y el arrepentimiento?

J.B: Para mí, el perdón es una palabra muy difícil de usar, porque da a entender que hay un
enemigo. De lo que se trata es de comprender y eso te lleva a acabar pensando que si te llega a
haber tocado vivir la vida del otro, seguramente habrías tomado sus mismas decisiones u otras
muy parecidas.
P.M: Desde 2000 a ahora han cambiado muchas cosas. Hoy se entiende que hay que trabajar el
legado del pasado. He hablado con mis antiguos camaradas, mis compañeros, y me he sentido
apoyado por ellos y por la mayoría de la gente corriente. Han surgido voces que dicen que es
prematuro, que no es el momento de hablar de esto… pero la mayoría no piensa eso.
Las personas que han sufrido situaciones de conflicto, que han padecido sufrimiento, son especialmente vulnerables a la manipulación. ¿Evitan ustedes gestos que les conviertan en fetiches mediáticos o políticos?

P.B: Me entenderá si le digo que no confío en los medios británicos. Esa desconfianza se basa en
una larga historia de manipulaciones. Sin embargo, en mi caso me confié al equipo de la BBC con
el que hablamos por primera vez. Creo que en general no se ha manipulado la historia, lo que no
quiere decir que algunas personas no hagan juicios adversos sobre nosotros.

¿Establecer redes y asociaciones ayuda o también tiene riesgos para quienes han padecido de un modo u otro el conflicto?

P.M: ¡Son tantas y tan distintas las asociaciones! Hay más de 40 en Irlanda del Norte, y la
mayoría son de grupos contrapuestos, hostiles entre sí. Se ha tendido a hacer jerarquías de
víctimas, y eso no ayuda a avanzar. Mi planteamiento es que en esto, como en cualquier otro
aspecto del proceso, no se puede excluir a nadie. Razones y sinrazones las tenemos todos. Si
vamos a trabajar con el legado del pasado, lo hemos de hacer de una forma incluyente.

¿Cuál es el lugar que ocupan las víctimas en la resolución de un conflicto y cuál es el papel que no deberían jugar nunca?

P.M: Cada proceso es distinto, y no podemos aportar respuestas cuando nosotros tenemos tantos
interrogantes. Si podemos decir algo es que nuestra experiencia se orienta a la reconciliación, no,
como he dicho, a poner a unos u otros por encima, y hacer eso implica, respetar.

¿Qué mensaje quieren transmitir en esta visita a un país como Euskal Herria que trata, no sin dificultades, de construir un escenario de democracia y paz?

P.M: No traemos recetas, pero pensamos que a la gente le puede venir bien conocer nuestra
historia. Cada país, cada proceso es diferente, sólo podemos contar nuestro viaje, y esperar que
ayude a alguien…
J.B: Tendemos a clasificar a las personas. Hay que intentar trascender a eso, sólo así podremos
ver que ése al que dibujan como nuestro enemigo es una persona que tiene su dignidad. Todos
merecen ser oídos. En nuestro caso comprender eso ha sido fundamental.

Gara  7 noviembre 2006


V Jornadas de Noviolencia Activa de Donosti – Lunes.6 de noviembre de 2006 – 2 comentario(s)

 

Tomado de Acompaz

«Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación»

GENOVEVA GASTAMINZA (EL PAIS)

La reconciliación entre la hija de un diputado ’tory’ y el militante del IRA que le asesinó

Ella se animó para su primera cita pensando que él tendría más miedo al encuentroReconocen que la suya es una experiencia muy singular, pero se niegan a admitir que sea la única. En cualquier caso, es extraordinaria. Jo Berry es hija de sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico que fue asesinado junto a otras cuatro personas en 1984, durante el congreso que celebraba el Partido Conservador de Margaret Thatcher en el Gran Hotel de Brighton. Pat Magee es miembro de la célula del IRA que colocó la bomba. Ambos mantienen un contacto regular desde hace seis años, poco después de que Magee, que cumplía cadena perpetua por el atentado, fuese excarcelado tras los acuerdos de paz en el Ulster.

La iniciativa fue de Jo Berry, una joven lectora de Gandhi a quien el impacto del asesinato de su padre situó en una encrucijada cuando tenía 27 años. «Pensé que tenía dos opciones. Seguir la de la no violencia, que me salía del corazón, o la otra más normal. Opté sin dudar por la primera», explica Berry. Pero antes de llegar a la experiencia de su reconocimiento mutuo -hoy la relatarán en San Sebastián, como plato fuerte de las quintas Jornadas de No Violencia Activa que organiza la asociación vasca Bidea Helburu, defensora de la no violencia y el diálogo para la solución de conflictos-, Berry recorrió un largo camino que le llevó a crear la organización Construyendo Puentes de Paz para tratar de extender proyectos de paz en distintas zonas del mundo en conflicto.

«Quería encontrar un punto positivo en la tragedia que me había ocurrido», rememora Berry. Por eso, un año después del asesinato de su padre, fue a Irlanda del Norte a «escuchar historias» de gentes de la comunidad republicana. Por ejemplo, lo que significa tener el Ejército británico en las calles, o experiencias en las prisiones. «Empecé a comprender por qué se había matado a mi padre, y encontré que en Irlanda del Norte la gente tenía mucho deseo de oír mi historia, y en Inglaterra no tenían interés», explica.

El encuentro con Pat Magee no fue casual, sino trabajado con insistencia desde personas cercanas a ambos. Jo Berry recuerda que, de todos modos, se produjo cuando «ya estaba curado algo» de su dolor y tenía la impresión de que «podía sacar algo» de sí. Por parte de Magee existía la preocupación de que pudieran enfrentarse, pero sus temores se disiparon cuando le aseguraron que Berry sólo quería hablar con él y conocer sus motivos. «Aunque ahora no soy miembro del movimiento republicano, me considero republicano, y el que me encuentre con Jo y otras víctimas es una contribución al proceso de paz [de Irlanda], en el que hace falta una reconciliación», señala.

¿Y cómo fue el primer encuentro? Berry describe con detalle el estado de ánimo «terrible» con que cruzó en el ferry para ir a Irlanda. Y recuerda que se consoló pensando: «Pat tendrá más miedo que yo de encontrarnos». La cita duró tres horas. «La primera hora y media Pat tenía puesto su sombrero político, que yo conocía bien», relata Berry. Después de transcurrido ese tiempo de conversación, Pat Magee confesó a su interlocutora: «No sé qué decir. Nunca he estado delante de alguien con la dignidad que tú tienes. Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación».

«Fue un momento impresionante, porque estábamos empezando otro viaje. Éramos dos seres humanos vulnerables compartiendo nuestras experiencias. Le conté muchas cosas de mi padre, que era un ser humano muy dispuesto a hablar, cosa que era para mí muy importante». ¿Y cuál fue la utilidad de esta experiencia? Berry lo explica así: «Hoy me doy cuenta de que, si me hubiese tocado vivir en la piel de Pat, hubiese podido tener su propia experiencia. Pero sólo me di cuenta de eso al escucharle y al sentir empatía, un sentimiento que también he experimentado al hablar con ex militantes republicanos y constatar el mito que lleva dentro el definir a alguien como enemigo».

Pat, por su parte, explica que el primer paso que hay que dar para entenderse es «reconocer». Y valora, en este sentido, la importancia del testimonio de Berry cuando ésta afirma que «ha llegado a darse cuenta de que, si estuviera en la misma piel y con la misma vida que otro, probablemente hubiera tomado las mismas opciones». Magee cree que es clave «respetar la integridad y la posición del otro», porque no hay blanco y negro en los conflictos.

En este punto Jo Berry interviene para precisar a Magee: «Hay que respetar la actitud del otro, pero no aceptar la violencia. Yo he hablado con muchos hombres que han matado y coinciden en que lo han hecho porque se han sentido no escuchados. Yo intentaba crear más recursos, más capacidad de escuchar. Creo que la violencia nunca da resultados, que es muy fácil que una víctima sea un victimario, y así el círculo se pone a rodar. Me apasiona conocer las raíces del terrorismo y de la guerra. Así es como siento curación dentro de mí».

Sin embargo, Pat Magee no abomina de la lucha armada, incluso delante de una víctima de ella. Y tampoco admite la contradicción que supone esto con el hecho de reconocer el mal que ha causado, algo que sí acepta. «Cuando estás cara a cara con alguien a quien has dañado, se abre una nueva dimensión, y uno se da cuenta de la pérdida que ha causado y de que también ha perdido una parte de sí mismo y de su humanidad», asegura. Pero, a la vez, insiste en que cree que en circunstancias extremas la lucha armada «está justificada». «Nadie en su sano juicio elegiría la violencia como primera opción».

¿Quizás por eso no hablan de perdón en su discurso habitual? Jo Berry asegura que trata de evitar el uso de esta palabra por sus «connotaciones cristianas». «Me alejo de eso. Quiero hablar de experiencias humanas y no de experiencias cristianas», precisa.

Por su parte, Magee lo explica así: «Nunca he pedido perdón por mis acciones. Lo que pido es que se comprendan, pero no por mí. Si entendemos lo que provocó esos 30 años de violencia [en Irlanda del Norte], quizás puedan surgir otras opciones. He dicho lo siento, pero no es pedir perdón. Nunca le diría a Jo ’perdóname’, porque me doy cuenta de que no puedo deshacer el mal causado. Eso sí, soy consciente de que mi humanidad ha descendido por haber destruido una vida humana».

 

ENTREVISTA  CON GINN FOURIE

Esta fisioterapeuta es símbolo de la reconciliación en Suráfrica

Ginn Fourie saluda a desconocidos en la calle donde nos encontramos. Jóvenes negros. Como si buscara hacerles saber que importan, que los ve, que los reconoce. «¿Ves lo sorprendidos que se quedan? Todo el mundo habla de la violencia contra mujeres y niños, ¿pero qué pasa con los hombres?». Poco después enseña un estudio sobre varones surafricanos bajo abuso. Violencia, opresión, racismo. Palabras que se han hecho importantes para Fourie desde hace ahora 15 años. En 1993 era profesora de fisioterapia en la Universidad de Ciudad del Cabo, casada y con dos hijos. Una vida placentera. Un mundo aparte del de Letlapa Mphahlele, líder antiapartheid. Éste ordenó atentar contra la taberna donde Lyndi Fourie celebraba el fin de sus estudios de ingeniería civil. Cayó abatida.

 

Para Ginn, su madre, 1994 inició un proceso que la llevó del ansia de venganza al perdón y, después, a la reconciliación. Fourie y Mphahlele trabajan ahora juntos en una fundación por el diálogo interracial y la rehabilitación de excombatientes. Historia surafricana, triste, generosa, positiva. Ginn elige el restaurante ante el monumento a Cecil Rhodes, colonizador brutal. Elección meditada: «Sirve para recordar nuestra historia».

Cristiana, Ginn quiso perdonar. Los tres hombres detenidos por el atentado fueron condenados a 25 años de cárcel. Fourie inició su proceso de comprensión, «de la psique del oprimido, de cómo puede llevarlo a la violencia». Y también de comprensión del perdón, «un proceso por el que se abandona por principios el justificado derecho de venganza; las emociones llegan después, la alegría, también regresa». En 1998, Ginn, apenas salida del hospital en lucha contra un cáncer, se enfrentó de nuevo a los tres, en la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Habían solicitado amnistía. «Les dije que habían matado a una aliada». «Me dijeron que llevarían mi mensaje a sus comunidades y vi cómo ellos mismos se ponían las esposas, una imagen simbólica muy dura». Mujer de sonrisa cálida, con una cierta picardía, se emociona un poco durante la charla. Pero no dura la emoción. La sacude a un lado, «la alegría también regresa», sonríe y pregunta si podemos tomar postre.

Mphahlele no compareció ante la Comisión. Publicó un libro y en la presentación, en 2002, apareció Ginn, batalladora. Quedaron en verse en privado e iniciaron un diálogo que llega hasta el presente, hasta el trabajo en su fundación. Él dice que Ginn le ha dado el mayor regalo que un ser humano puede dar a otro, el del perdón. La considera un símbolo nacional. Ella asistió a la ceremonia de bienvenida prevista en su pueblo, en Limpopo, zona rural pobre. Allí, ella pidió perdón por la esclavitud, el colonialismo y el apartheid. Y ahora inquiere: «¿Qué sienten los españoles sobre lo que hicieron sus antepasados en Suramérica?».

Su marido no comparte sus ideales. «Pero si puedo perdonar a los asesinos de mi hija, ¿cómo no puedo perdonar a mi marido?», añade. Siguen juntos, dialogando.

LALI CAMBRA 16/02/2009 El País.es

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