Los gamberros preferidos de Insumissia

Ayer lancé en las ondas de Radio Euskadi un irónico “Gora Bob Dylan!”. Hoy publico en Diario de Noticias de Gipuzkoa un artículo en el que justifico esa consigna. El artículo se titula “Dylan, fiel a sí mismo” y el texto es éste que sigue:

No sólo no acudió el viernes a Oviedo para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, sino que ni siquiera se tomó el trabajo de excusar su ausencia.

«Un maleducado«, comentó uno de los organizadores. Si quieren verlo así, háganlo, pero el hecho es que Robert Allen Zimmerman, más conocido por Bob Dylan, no había presentado su candidatura a ese Premio, ni nadie le había preguntado si lo quería.

Lo imagino haciendo una mueca burlona al enterarse de que le habían otorgado un galardón con nombre de príncipe «por conjugar la canción y la poesía en una obra que ha creado escuela y ha determinado la educación sentimental de muchos millones de personas«. Nada ha odiado tanto el inclasificable genio de Minnesota a lo largo de toda su carrera como los intentos de encasillarlo con definiciones burocráticas y envaradas como ésa.

Dylan ha sido siempre un inconformista. No sólo en su juventud. Siempre. Ahora también. El error está en confundir inconformismo y progresismo, o dar por hecho que el inconformismo va inevitablemente unido a la oposición al sistema capitalista, o a la identificación con las masas oprimidas.

Quia. El inconformismo puede tomar los más variados caminos.

Ni el Dylan joven fue un revolucionario socialista ni el Dylan adulto el meapilas reaccionario que muchos creen.

Su inconformismo -el de entonces y el de ahora- le ha llevado siempre a rebelarse, primera y principalmente, contra los intentos de etiquetarlo, de encasillarlo, de hacerlo predecible.

Pondré algunos ejemplos de su comportamiento que resultan ilustrativos.

El 13 de diciembre de 1963, en lo más dorado de su fama como cantante de protesta, una poderosa organización progresista, el Comité de Emergencia por los Derechos Civiles, le concedió el Premio Tom Payne por su contribución a la lucha contra el orden establecido. Dylan creyó que lo estaban convirtiendo en un icono dentro de un movimiento organizado, y se rebeló. A la hora de recibir el premio, espetó a los organizadores: «No me gusta su organización. No me gustan ustedes«. Y se fue.

Viajemos en el tiempo hasta 1991, 28 años después. Ese año Dylan recibió un Grammy. Las principales cadenas de televisión retransmitieron el acto. El establishment norteamericano estaba henchido por entonces de fervor patriótico (deambulábamos por lo peor de la Guerra de Golfo). Pues bien: Dylan aprovechó la ocasión para cantar Masters of War, su canción más vitriólicamente antibelicista y antimilitarista. Con lo cual sembró el estupor general. Traduzco sus versos:

«Venid, señores de la guerra, / los que fabricáis las armas, / los que fabricáis los bombarderos, / los que fabricáis grandes bombas, / los que os escondéis detrás de los muros, /los que os escondéis detrás de vuestros escritorios… / Espero que muráis, / que la muerte os llegue pronto. / Seguiré vuestro cortejo fúnebre / en la pálida tarde / y vigilaré mientras os bajan / a vuestro lecho de muerte, / y me quedaré de guardia sobre vuestras tumbas / hasta estar seguro de que habéis muerto.«

Si hubiera lanzado un cóctel molotov contra el escenario, no la habría organizado más gorda.

Muy parecido al numerito de los Grammy fue el que les montó un año después a los Clinton (¡y a los Gore!) durante un acto en el Lincoln Memorial. Cuando se suponía que Dylan iba a agasajar al emperador y a su corte, les soltó una desmelenada versión de Chimes of Freedom, canción que homenajea -cito, de pasada- «al soldado que lleva las de perder en cada noche, al refugiado en la inerme carretera de la fuga«, «al rebelde, al libertino, al infortunado, al abandonado y olvidado, al marginado que arde constantemente en la pira«, «a la maltratada madre soltera y a la mal llamada prostituta» y «al fuera de la ley por un delito insignificante, acosado y engañado por la persecución«… entre otros.

Cuentan las crónicas que los asistentes no se esforzaron demasiado por ocultar su disgusto. El impertinente había vuelto a las andadas.

Es cierto que acudió a presentar sus respetos a Juan Pablo II (imagino que para tocar las narices a cuantos se pensaron que sería incapaz de hacer algo así), pero no lo es menos que, cuando el show business norteamericano decidió boicotear a Sinéad O’Connor porque rompió durante una actuación pública una foto del Papa (del Papa, no del Rey) al grito de «¡Combatid al verdadero enemigo!» -lo hizo en protesta por el silencio papal tras las denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos contra niños a su cargo-, Dylan invitó a la cantante irlandesa a participar en el concierto de homenaje que le montaron para celebrar sus 30 años de carrera. Lo cual desató otro escándalo de mucho cuidado.

De tener que aceptar algo parecido a una definición, supongo que no le molestaría demasiado que se le atribuyeran adjetivos tales como «iconoclasta». O «gamberro», incluso.

Un audaz reportero le preguntó hace muchos años: «¿Qué clase de canciones son las suyas?» «Pues, verá«, le contestó. «Tengo canciones de tres minutos, de cinco minutos, de siete minutos y hasta de diez minutos. Le parecerá increíble, pero es así«.

A Dylan le divierte chotearse de los bobos. Aunque concedan premios.

Javier Ortiz: Apuntes del Natural

 

A las mujeres aún se les exige más esfuerzo para ocupar cargos relevantes

 

Historias de una batalla por la igualdad laboral y salarial

Mujeres en sus puestos de trabajo a comienzos del Siglo XX. – PÚBLICO

ANA REQUENA / ANA TUDELA – Madrid – 07/03/2009 23:00

El 8 de marzo de 1908, las trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York se encerraron para protestar por sus pésimas condiciones laborales. El dueño o la propia policía incendiaron el edificio para frenar la protesta. Decenas de aquellas mujeres murieron. Reclamaban un salario digno y una hora libre para amamantar a sus hijos. Cien años después, salario y compatibilidad entre vida personal y laboral siguen siendo los dos grandes retos del mercado laboral.

En los últimos quince años, la tasa de actividad y ocupación de las mujeres no ha dejado de crecer. De los ocho millones de puestos de trabajo creados, más de la mitad han sido ocupados por mujeres. Para la secretaria general de Empleo, Maravillas Rojo, esa tendencia supone «una de las mayores transformaciones del mercado laboral». El trabajo que realizan las mujeres «aún es menos valorado socialmente y eso influye en sus remuneraciones», apunta la secretaria de Igualdad de UGT, Almudena Fontecha.

 

Las españolas cobran de media un 26% menos que los hombres

Según datos de la Unión Europea, las españolas cobran un 26% menos que los españoles. En el total de los países miembros la diferencia es del 17,4% y la mitad se debe a sueldos diferentes en puestos iguales.

La Unión Europea lleva intentando solucionar estas diferencias salariales más de medio siglo. El primer paso se dio en el mismo Tratado de creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1957. No fue un motivo social sino económico. Lo forzó Francia que, debido a que su legislación ya incluía la igualdad salarial, temía que la baja retribución de las mujeres de otros países se transformase en ventaja competitiva.

Los Estados miembros no cumplieron el compromiso de trasladar el artículo 119 del Tratado (ahora 141) a sus legislaciones antes de 1962 y la idea no volvió a coger impulso hasta 1974, cuando se convirtió en prioridad. Desde entonces se han sucedido las directivas igualitaristas y desde 1999 (Tratado de Amsterdam) la UE tiene potestad para intervenir en los países con el fin de eliminar discriminaciones, ya sea por sexo u otro motivo.

 

En los consejos de administración de las empresas del Ibex35 son el 6%

La economista belga Marianne Bertrand, especialista en desigualdades, señaló a Público que la maternidad es un punto de inflexión: «Los hijos hacen que aumenten la desigualdad entre géneros». Para Bertrand se trata de un problema de «estructuras»: «Habría que preguntarse si los trabajos tienen que ser así, ¿hay que trabajar tantas horas, estar disponible las 24 horas del día?». «Cuando una mujer tiene hijos su retribución cae porque son problemas, cuando un hombre los tiene se le considera más porque se les supone más responsabilidad», afirma.

El llamado «techo de cristal» continúa dificultando el acceso de las mujeres a los puestos directivos. Según la CNMV, en 2007 la presencia de las mujeres en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35 era sólo del 6%. Además, el 40% de las compañías cotizadas en las que la presencia de las mujeres en su consejo era escasa o nula declararon no haber adoptado medidas para corregir esta situación.

Desde arriba

 

La Unión Europea intenta desde 1957 luchar contra la diferencia salarial

En cualquier caso, hay mujeres en primera línea. Steve Ballmer eligió a Rosa García para dirigir la estrategia mundial de Microsoft. Louis V. Gerstner quiso a Amparo Moraleda a la cabeza de la gestión de IBM. Ambas rompieron el patrón por méritos propios y lo recuperaron por su condición. Llegaron a lo más alto y cuando quisieron tener hijos, rechazaron otras ofertas y volvieron a España para dirigir las filiales nacionales de Microsoft e IBM.

María Luisa González Ruiz, directora de Gestión de Puntos de Suministro de Iberdrola, conocida ahora por explicar los cambios en los recibos de la luz, es la chica que entró hace 31 años en Iberduero (hoy parte de Iberdrola) y tuvo que escuchar que podía dejar su carrera de Derecho porque «los puestos de titulado superior son para hombres».

Vio cómo muchas de sus «compañeras dejaban la compañía para casarse y recibían una cantidad a modo de dote». Y asegura que dentro de su larga vida profesional Ignacio Sánchez Galán, presidente de la compañía, le parece «el que más se ha preocupado por que las mujeres ocupen puestos de responsabilidad». Un 13% del consejo de Iberdrola son mujeres, lo que dobla la media del Ibex. María Luisa Gónzalez reconoce que las mujeres, «entre nosotras, no nos ayudamos mucho» y cree que quizás es «por educación y porque nos ha costado tanto llegar que tendemos a competir entre nosotras».

Carmen Rodríguez Ares, presidenta de la Sociedad Estatal de Gestión de Activos, también ha vivido la época del «gran avance» y sigue pidiendo cambios.

«Los varones se resisten a asumir el papel que les corresponde en el hogar y ello sobrecarga de responsabilidad a las mujeres y les impide competir», comenta. Como «broma» dice que «hay muchos hombres que alargan interminablemente las reuniones para encontrarse a los niños bañados y cenados». Luego, muy en serio dice que muchas mujeres acaban por «tirar la toalla» y que «ningún país puede permitirse el lujo de formar abogadas, biólogas y economistas para que terminen ocupándose sólo de los hijos y la plancha».

Carmen Mur, presidenta de Manpower, espera «que llegue el día en que todo esto deje de ser noticia, que lo que se valore sea el talento, sin importar si es masculino o femenino».

 

Alberto Toscano · · · · ·

 

01/03/09

 

 

Tal como muestra el caso de Los Nueve de Tarnac en Francia, estamos perdiendo el abecedario político necesario para distinguir entre sabotaje y terrorismo.

 

La Guerra contra el terror, que según se nos había dicho era infinita, parece haber sobrepasado su fecha de caducidad. Incluso David Miliband ha calificado el término de engañoso y erróneo. Pero sus efectos en nuestras políticas persisten. Siguiendo un antiguo guión, las leyes que se han vendido como medidas de emergencia hunden profundamente sus raíces en las prácticas y las mentalidades de nuestros gobiernos. Todas las formas de disenso que tengan relación, por tenue que sea, con conductas ilegales por motivaciones políticas, se sitúan actualmente en el ámbito de las medidas antiterroristas, que fundamenta su racionalidad en una nebulosa «seguridad».

 

Mientras que los imperativos geopolíticos subyacentes a la guerra contra el terror están siendo fundamentalmente cuestionados, el anti-terrorismo continúa utilizándose hasta el abuso como un flexible instrumento de represión dentro y fuera de Europa. Desde el activismo ecológico hasta la investigación sociológica, hay pocas cosas que la legislación anti-terrorista no pueda abarcar. El caso de «Los Nueve de Tarnac», que recientemente ha llamado tanto la atención en Francia, después de una serie de espectaculares arrestos el 11 de Noviembre 2008, es un ejemplo de ello.

 

Este caso, que toma su nombre de un pueblo del departamento de Corrèze, donde unos cuantos acusados vivían colectivamente y se encargaban de una tienda de comestibles y un club cinematográfico, gira alrededor de la acusación de que este grupo de veinte y treintañeros politizados son los responsables de una serie de acciones de sabotaje contra las líneas de ferrocarril del TGV, o tren de alta velocidad, a principios de Noviembre, que ocasionaron retrasos masivos. Desde el principio, el caso ha sido coreografiado por el gobierno, específicamente por la ministra del interior de Sarkozy, Michèlle Alliot-Marie.

 

El caso Tarnac nos sitúa frente a un modelo de criminalización del disenso que se está volviendo cada vez más general y que es probable que se intensifique a medida que Europa (ver los acontecimientos recientes en Grecia) se vea confrontada a formas de conflicto social que cuestionan la viabilidad del orden socio-económico.

 

Las autoridades francesas han dejado claro que el objetivo de esta muy espectacular operación fue enviar un mensaje preventivo, cortar de raíz la amenaza que se percibe de movimientos anti-capitalistas que rechazan la arena parlamentaria y optan por la acción directa. Es a lo que se han referido los servicios franceses de seguridad, con la imprecisión típica de las inquisiciones, como «tendencia anarco-autonomista». También se han referido a estos medios políticos como «pre-terroristas».

 

El término es clave. En la medida en que el terrorismo ya no se percibe como táctica, aunque repugnante, sino como una especie de crimen total fuera de los límites de la explicación o de la negociación, el «pre-terrorista» está ya en camino de convertirse en un enemigo absoluto del Estado. Esta es la razón por la que el mismo acto material – el sabotaje de una línea de ferrocarril, por ejemplo- puede percibirse como un acto de vandalismo en un caso, y como un menaza política para el Estado, en otro. Las consecuencias están claras y son preocupantes.

 

La ejecución de la legislación antiterrorista es profundamente arbitraria y selectiva, dependiendo de las proclividades políticas de los ministros, magistrados y la policía, que actúan cada vez más de acuerdo y prescindiendo de las salvaguardias legales habituales, especialmente la presunción de inocencia. Si no existen pruebas consistentes –como parce ocurrir en el caso de Tarnac- entonces se sustituyen por las formas de vida y las creencias.

 

Este es el camino tomado por la propia ministra del interior. Reconociendo que en todo este asunto no había señales de ataques a personas declaró sin embargo: «han adoptado métodos subterráneos. Nunca utilizan teléfonos móviles y viven en zonas donde es muy difícil para la policía reunir información sin ser vista. Han conseguido tener, en el pueblo de Tarnac, relaciones amigables con la gente, que puede advertirles de la presencia de extranjeros». El hecho mismo de la vida colectiva, de rechazar una noción sorprendentemente restrictiva de la normalidad (utilización del móvil, vivir en la ciudad, ser fácilmente observable por la policía) se ha convertido en incriminante por sí mismo.

 

El otro elemento del proceso, la atribución a Julien Coupat (el único de los acusados todavía en cárcel preventiva) de la autoría de un libro anónimo titulado La Insurrección en Camino, que se refiere a actos de sabotaje de los transportes como parte de un surgimiento anti-capitalista de «comunas», también sigue el modelo en que el «pre» en pre-terrorismo se define según declaraciones políticas o creencias que no casan con el orden establecido.

 

El comité de apoyo a los Nueve de Tarnac ha argüido lúcidamente que el antiterrorismo se ha convertido en todo un método de gobierno, un expediente intencionadamente vago en el arsenal del Estado moderno. Es mucho lo que está en juego. Estamos perdiendo el alfabetismo político, así como la capacidad legal, de distinguir entre sabotaje y terrorismo, vandalismo y asesinato en masa, ya que cualquier alternativa opositora al statu quo es engullida bajo el paraguas del terrorismo. En tiempos de crisis y de posibles turbulencias, este pensamiento unidimensional es profundamente peligroso y una mezcla insidiosa contra la «seguridad» de todos.

 

Alberto Toscano es un columnista habitual del diario británico The Guardian.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Garriga

 

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The Guardian, 28 enero 2009

 

 

 

Omenaldia

Donostiako Kantujirak plaka jarri du Mikel Laboaren oroimenez Parte Zaharreko San Juan kalean.

nerea lizarralde (Donostiako Hitza)

Donostiako Kantujira, ohi bezala, Fermin Kalbeton kalean bildu zen atzo eguerdian euskal kantak abesteko. Atzoko kantujira, ordea berezia izan zen, Mikel Laboari omenaldia egin baitzioten.

Omenaldia ez zuten soilik kantuan egin. Abeslari donostiarra Parte Zaharrean jaio zen, San Juan kalean eta Donostiako Kantujirak plaka jarri zuen bertan, bere oroimenez.

Urtarrilean egindako kantujiran Fermin Kalbetonetik San Juan kalera joan ziren Mikel Laboaren abestiak kantatzera. Oraingoan, plakarekin itzuli dira leku berara.

«Kantuz egin dezaten nitaz oroitzean. Hemen jaio zen Mikel Laboa Manzisidor artista handia. 1934-2008» dio Laboa jaiotako etxean jarritako eta Donostiako Kantujirak sinatutako plakak. Esaldia Laboaren Kantuz abestitik hartuta dago.

Jende andana bildu zen Laboaren omenezko ekitaldian. Artistaren senitartekoak bertan izan ziren eta beraiek inauguratu zuten plaka. Momentu hunkigarriak bizi zituzten. Laboaren Martxa baten lehen notak, Kantuz eta Txoria txori abesti ezagunak interpretatu zituzten. Azken kanta gainera, txistularien laguntzarekin abestu zuten.

Mikel Laboa (Donostia, 1934-2008) abeslaria jaio zen etxe atarian omenaldia egin diete hari eta haren sendiari gaur, Donostian, San Juan kaleko 15. zenbakian, Parte Zaharrean. Plaka bat inauguratu dute.  (Berria

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DV. Mikel Laboa zenari harrizko oroigarria ipini zioten atzo, jaio zen etxean, Donostiako San Juan kalean, orain San Bizenteko parrokiakoa den etxe batean. Hilean behin, larunbat batean, kalerik kale abestera ateratzen diren Kantu Jira ekimeneko kideek jarri zuten oroitarria, eta hau dio: «Hemen jaio zen Mikel Laboa. Artista handia». Eta bi esaldi horien azpian, artistak kantatu ohi zuen kantu ezagun bateko pasartea: «Kantuz egin dezaten nitaz oroi-tzean»; Joxe Mendiage baxenafar bertsolariaren esaldia, alegia. Eta horrez gain, txori baten irudia.

Kantuz hori, Joxe Mendiagek jarritako bertso batzuk dira. Baxe Nafarroako bertsolari hau Uruguain bizi izan zen urte askoan eta hantxe hil zen 1937an. Bertso horietan zera zioen Mendiagek, bera kantuz bizi izana zela eta, hiltzean, nahi lukeela adiskideek kantuzko despedida egitea. Oroitarrirako aukeratu den esaldi horrek, kantu osoak bezalaxe, idazkera asko ezagutu ditu.

 
Javier Ortiz · · · · ·
22/02/09

Para argumentar su demanda de ilegalización de las candidaturas de Askatasuna, aduce el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, que, si muchos ciudadanos identificados con D3M han avalado con su firma las listas de Askatasuna sólo puede ser porque estas últimas también se sitúan en el entorno de ETA, dado que –dice– nadie que tenga unas preferencias políticas propias avalaría la presentación de otra candidatura potencialmente rival.

Es lamentable que el Estado español tenga un fiscal general que entiende tan poco de libertades y que se dedica a procesar las intenciones ajenas.

Ha habido miles de ciudadanos y ciudadanas de Euskadi que han avalado con su firma las candidaturas de Askatasuna y que no tienen la menor intención de darles su voto. Militantes del PNV, de EA, de Ezker Batua, de Aralar, de Zutik!… o militantes de la libertad, sin carné de nada. Personas que aspiran a que todas las opciones políticas puedan estar presentes en las urnas y confrontarse entre ellas pacíficamente. Que quieren que quepa comprobar los apoyos sociales con los que cuenta cada cual para empezar a introducir un poco de racionalidad en ese tinglado de locos.

El fiscal general confunde los principios con los fines. Algunos apoyamos el derecho a la participación política de gente que nos repatea. No es cosa de amores ni de odios, sino de libertad. La libertad carece de fronteras. Porque o es de todos o no es de nadie.

Suele decirse que las opiniones no matan. Y es una gran verdad, pero insuficiente. La experiencia de la Historia demuestra que, cuanto más libres son las opiniones y mejor pueden expandirse y contrastarse entre sí, menos ganas tiene nadie de matar a nadie.

Javier Ortiz es un analista político que colabora con diversos medios de comunicación


Público, 7 febrero 2009

Perico Oliver Olmo, historiador, antimilitarista y ex insumiso

Tras el fin de la mili el primer gran reto del movimiento antimilitarista es reinventarse. Pronto quedó demostrado que con la conscripción también terminaba un ciclo de 30 años de movilización. Desde entonces, el movimiento antimilitarista ya no tiene ni tanto protagonismo ni tantas oportunidades para plantear debates. Por si eso fuera poco, las Fuerzas Armadas han recuperado a ojos vistas la capacidad de influencia social que habían perdido, hermoseando cada vez con más eficacia las nuevas caras del militarismo. Aunque los valores y el repertorio de acciones sean los mismos, lo más importante sigue siendo atribuirle sentido a la necesidad de la militancia en el antimilitarismo. Será más trascendente detenerse en el porqué del antimilitarismo que en la promoción de su activismo. Quizás por eso los grupos antimilitaristas más conscientes dedican sus mejores esfuerzos a reinventar el repertorio de expectativas, para que la pequeñez no sea sinónimo de irrelevancia.

El segundo gran reto del movimiento es saber permanecer. Lo hace cuando está presente en otros movimientos sociales, y cuando crea redes propias y coordinadoras internacionales, o cuando realiza acciones noviolentas contra instalaciones militares y campañas de objeción fiscal y contra los gastos militares, además de denunciar esa pedagogía gamberra que los ejércitos llevan a cabo en colegios y ferias infantiles. A nadie se le escapa que en estos momentos el movimiento antimilitarista ni puede (ni se plantea) tumbar un marco normativo concreto mediante una campaña de desobediencia civil que sea masiva e imaginativa y esté apoyada socialmente, tal y como ya hizo cuando ayudó a abolir la conscripción a través de la objeción de conciencia y la insumisión. Pero tampoco es muy difícil observar las señales de su auténtica influencia cultural en un mundo tan belicoso como el actual, donde la guerra se ha hecho omnipresente y determinante: hay todo un legado de ideas favorables al pacifismo político que pone a la defensiva a los voceros de las políticas militaristas, a los que defienden la producción y venta de armas, a los que justifican las guerras preventivas, etcétera.

Si algo demuestra que el movimiento antimilitarista influye socialmente es que, con sus valores y sus mensajes, consigue dinamizar el movimiento pacifista y politizar el antibelicismo cultural que comparte buena parte de la sociedad.

Publicado en Diagonal web nº 96  www.diagonalperiodico.net

 


20-02-2009
20º aniversario de la insumisión

Grupo Antimilitarista de Carabanchel
Diagonal
En los 12 años que duró la campaña de rechazo a la mili, 50.000 jóvenes se declararon insumisos y
1.670 acabaron en la cárcel. El movimiento antimilitarista celebra ahora una oleada que recorrió
todo el Estado.
El 20 de febrero de 1989, 57 jóvenes pusieron en marcha la campaña de insumisión promovida por
el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), declarándose insumisos ante los gobiernos
militares del Estado español. Se negaban a hacer la mili y la Prestación Social Sustitutoria (PSS) de
18 meses como alternativa al servicio militar obligatorio. 11 fueron detenidos e ingresados en
diferentes prisiones militares.
Se trataba del inicio de lo que iba a ser la más exitosa campaña de desobediencia civil en el Estado
español y en Europa. A lo largo de los 12 años que duró la lucha, 50.000 jóvenes se declararon
insumisos y 1.670 acabaron en la cárcel por defender su derecho a no hacer la mili ni la PSS. La
fortaleza de esta estrategia de desobediencia civil se basó en el desarrollo de un potente colchón
social: por cada insumiso, cuatro personas de diversa condición social y laboral se auto inculpaban
de cometer el mismo delito. Cada desobediente generaba la movilización de un grupo de apoyo y
su entorno, mientras movimientos sociales, sindicatos y ONG se unían al boicot a la PSS. La red
solidaria se extendió como una mancha de aceite: el virus de la insumisión infectó a todo el tejido
social.
La insumisión es heredera de la objeción de conciencia de los años ‘80 y del trabajo de grupos de
mujeres antimilitaristas. Aquellos objetores fueron amnistiados y quedaron libres de sus
obligaciones militares. Sin embargo, varios de ellos creían que la mayor duración de la PSS
penalizaba a los objetores y que se trataba de un trabajo esclavo que eliminaba puestos de trabajo.
Para ellos, el objetivo debía ser la desaparición total del servicio militar. Con la renuncia a la
amnistía, volvían a ser llamados a filas. Cuando esto ocurrió, se declararon insumisos.
El primer juicio militar contra insumisos se celebró el 16 de noviembre de 1989 y en ese año se
produjeron las primeras condenas de cárcel que los insumisos cumplieron en cárceles militares. En
1991, los casos de insumisión al servicio militar pasaron a la jurisdicción civil. Si el Código Penal
Militar fijaba la pena mínima para los insumisos a la mili en un año de prisión, el Código Civil
establecía unas penas más altas para ambos tipos de insumisión: de dos años, cuatro meses y un
día hasta seis años. En 1995 se aprueba un nuevo Código Penal que mantiene las condenas de
cárcel.
Al año siguiente, el nuevo Gobierno de Aznar anuncia la profesionalización de las Fuerzas Armadas.
El último reemplazo de la mili dejará los cuarteles en diciembre de 2001. Poco después, el Ejecutivo
se ve forzado a reformar el Código Penal y el Código Penal Militar para eliminar los delitos
relacionados con la insumisión: se produce una amnistía para cerca de 4.000 insumisos procesados
y unos 20 insumisos en los cuarteles.
Tras aquellos años dorados, el movimiento antimilitarista sigue trabajando en la desmilitarización
de la sociedad en frentes como las movilizaciones contra las guerras, la desobediencia al gasto
militar, el desmantelamiento de las instalaciones militares y su reconversión a uso civil o las nuevas
luchas contra la OTAN. Y lo hace en un contexto en el que la existencia de un Ejército profesional
intenta ser vendido y legitimado como una opción laboral más, como una ONG vestida de caqui,
indica el movimiento. Parafraseando algo que los antimilitaristas decían no hace tanto tiempo: «Si
acabar con la mili fue divertido, abolir los ejércitos será un fiestón».
Diferentes estrategias
Aunque la opción más extendida fue la iniciada por el MOC, consistente en presentarse a los juicios
e ingresar en prisión, asumiendo una línea noviolenta, hubo otras estrategias. Colectivos libertarios
y autónomos como Los invisibles promovieron la «insumisión total», en la que los reclutas eran
juzgados en rebeldía. Los Mili KK y el grupo Kakitzak, uno de los más representativos de Euskal
Herria, como los anteriores, evitaron inscribirse en la noviolencia, aunque todas sus acciones lo
eran. En los últimos años, el MOC lanzó la campaña Insumisión en los Cuarteles.

www.rebelion.org 20/02/09

F. MENDIOLA Y M. NOGUERAS, MIEMBROS DEL MOC Y EX INSUMISOS

Jara Calvo / Pamplona-Iruña

Fernando Mendiola y Manolo Nogueras vivieron la campaña de insumisión en Pamplona y en Zaragoza, respectivamente. Ambos pasaron por la cárcel.

DIAGONAL: Cuando se acerca el fin de la mili se pone en marcha la campaña Insumisión en los Cuarteles. ¿Cómo valoráis esa estrategia?

FERNANDO MENDIOLA: Uno de los motivos del éxito de la campaña de insumisión en Navarra fue el uso de la cárcel como una herramienta política clara. Fuimos a la cárcel, allí desobedecimos, estaba muy claro que los presos éramos un altavoz. La cárcel era un continuo hervidero, y eso hizo que fuese a más.

MANOLO NOGUERAS: Pensando que esa estrategia había funcionado, creímos que también podía hacerlo en los cuarteles. ¿Qué sucede? Que no tuvo la repercusión que podía haber tenido porque el marco era distinto. Los objetivos estaban por cumplir. El único pecado igual fue, quizás, ser demasiado ambiciosos.

D.: Durante esa época hubo una capacidad de movilización que se fue diluyendo. ¿Pensáis que se podía haber mantenido esa tensión?

M.N.: Difícilmente, porque pocas veces se encuentra un objetivo tan claro como el fin del servicio militar obligatorio y vas y, encima, ganas. Es difícil mantener el nivel de tensión. Las cosas, además, no se pueden reproducir.

F.M.: En parte, estaba cantado que iba a pasar. Llegó el fin de la mili y muchos grupos, sobre todo en Pamplona, acusaron un agotamiento por la campaña.

M.N.: No hay que desdeñar el papel de la represión. En mi grupo estuvimos todos presos.

F.M.: En ese momento perdimos mucha fuerza porque la gente necesitaba un respiro. Igual era la ocasión de haber trabajado de una forma más estratégica, de mantener los contactos, el colchón social…

D.: ¿Se quedaron muchas cosas en el tintero?

F.M.: En Euskal Herria no fuimos capaces de hacer una lectura antimilitarista del conflicto. Teníamos recetas para todos menos para nosotros. Teníamos muy presente el valor del consenso y pensábamos que era muy positivo sacar adelante el mensaje antimilitarista y una práctica desmilitarizadora como la insumisión. Por eso se trabajó con mucha gente con la que teníamos diferencias, pensando que ese trabajo en común era positivo y que estaba también desmilitarizando la sociedad y el propio conflicto.

D.: ¿Qué supuso la campaña de insumisión en el recorrido de los movimientos sociales?

M.N.: La certeza de que se puede ganar. Saber que has dado con una herramienta que funciona. Claro que reunía condiciones que es difícil volver a encontrar.

F.M.: Los movimientos sociales estaban en ese momento muy vinculados a partidos políticos. Éste fue un movimiento autónomo, sin jerarquías, con una estrategia pública que proporcionó mucha frescura, y la idea de que la desobediencia bien trabajada no es una varita mágica, pero puede dar sus frutos.

F.M.: En Navarra, la insumisión tuvo una repercusión especial, porque, tradicionalmente, el antimilitarismo había tenido mucha fuerza, fue de los pocos sitios donde salió ‘no’ a la OTAN, había un componente nacional que hacía que hubiese un mayor número de insumisos… Y a esto se sumó que es donde más represión hubo. Aquí se juzgó a todo el mundo. Estamos hablando de unos mil insumisos. Había pueblos en los que nadie iba a la mili, sobre todo en la zona de montaña. Hubo valles totalmente insumisos. En los grupos antimilitaristas se trabajó bastante ese mundo rural. Además, influye el tema identitario, son zonas euskaldunes…El discurso del MOC nunca ha sido ése, pero sería absurdo negar que en la base del éxito en ciertas zonas está el componente identitario.

M.N.: Las redes sociales actuaban ahí de una manera multiplicadora. Si a éste lo reprimen, pues no vamos nadie. Aquí el tejido social es más rico y entonces era aún más rico.

D.: La insumisión formaba parte del movimiento antimilitarista con unos objetivos más generales. ¿Qué errores se dieron para que la capacidad movilizadora no se mantuviera en torno a esos objetivos?

F.M.: En ese momento de transición quizás deberíamos haber hecho un trabajo más de estrategia, de atar contactos…

M.N.: Sabíamos que lo de la mili era uno de los objetivos del movimiento antimilitarista y que cuando eso concluyera, con una victoria que, en el último tramo, parecía cantada, deberíamos haber previsto aquella desmovilización tan grande. Pero tampoco supimos prever el éxito. F.M.: Se decía que sólo hablábamos de la mili, pero no se tiene en cuenta que cuando más se habló de gasto militar, de educación para la paz, de objeción fiscal… fue cuando hubo insumisos en la cárcel. Se utilizó la represión para dar ese mensaje global que nunca estuvo más presente en la calle que entonces.

D.: ¿En torno a qué se ha reconfigurado el movimiento hoy?

M.N.: A vista de pájaro, si tuviera que agrupar a los antimilitaristas hoy, lo haría en torno al MOC. Lo que pasa es que ahora las tendencias antimilitaristas están presentes en un montón de grupos locales que trabajan temas de lo más variado, cosa que antes no pasaba. Ha pasado a ser un tema transversal. No voy a pecar de optimismo y decir que se ha impregnado todo, pero sí es cierto que hay valores que están en muchos más sitios, como el método de trabajo, lo antimilitar como valor descriptivo de cualquier grupo del movimiento alternativo…

F.M.: Tampoco la desobediencia civil es una varita mágica. Si se ha incorporado a muchas estrategias de lucha es por la presencia pública que tuvo con la insumisión.

Publicado en Diagonal web nº 96   www.diagonalperiodico.net

Pat Magee y Jo Berry: Ex voluntario del IRA e hija de un parlamentario británico muerto en atentado

Tomaron vuelos separados en Belfast y Manchester, aunque llegaron en el mismo avión a Euskal
Herria. La metáfora de dos vidas que, partiendo de puntos opuestos, hallan un espacio de
encuentro. Magee, voluntario del IRA, realizó el atentado de Brighton (1984). Murieron cinco
personas. Una era el parlamentario «torie» Anthony Berry, padre de Joe.

Han concatenado unas cuantas entrevistas, sin apenas tiempo de pisar suelo en Donostia. Lo más
fácil sería echarle la culpa a la BBC, que narró sus vidas en uno de los muchos documentales que
ha dedicado al proceso de paz irlandés. Lo cierto es que el interés de los periodistas, por lo que
nos toca, es más egoísta. Miramos hacia el norte pero el espejo nos rebota una imagen
caleidoscópica porque, como en Irlanda, en Euskal Herria el sufrimiento no tiene uno sino mil
rostros.

Dice Joe que «cuando le pones cara al ‘enemigo’ y aceptas que todos tenemos derecho a ser
oídos aparece siempre el ser humano» y Pat apunta que «nunca me negaría a hablar con nadie, y
menos con aquel que ha sufrido por nuestra lucha; ningún republicano lo haría, porque para
superar el conflicto debe haber un diálogo que no excluya a nadie».
Brighton.

12 de octubre de 1984. ¿Cómo abordan cada uno de ustedes el regreso a esa jornada?
¿Hasta qué punto su encuentro ha transformado sus vivencias de aquel atentado?

Pat MAGEE: Hay muchas cosas sobre ese día sobre las que no podemos hablar. Tanto Joe como
yo intentamos ser francos, pero todo el aspecto operacional no se toca. Por mi parte, he de decir
que la percibo como lo que era: una operación importante, en el contexto de una campaña del
IRA. Eso no quiere decir que no emplee toda la sensibilidad que requiere el hablar con la hija de
una persona que murió en el ataque contra el Congreso del Partido Conservador británico en
Brighton.
Jo BERRY: Una parte de mí puede acordarse de ese día como si fuera ayer, pero otra parte mira
ya el recorrido que hemos hecho; yo primero, y luego con Pat. Perdí a mi padre de una de las
formas más horribles que se pueda imaginar y siento esa pérdida, pero también sé que estoy
transformando ese sentimiento, lo que no quiere decir que esté curada del dolor.
[Pat Magee fue detenido y condenado a cadena perpetua por aquel atentado. En total, en su vida
ha pasado 17 años de cárcel e internamiento. Salió en libertad en 1999, merced a los acuerdos de
paz, y en 2000 se encontró por vez primera con Jo Berry]

¿Qué hizo posible que no se dieran la espalda a los cinco minutos de verse y que, al contrario, hablaran tres horas seguidas en su primer encuentro?

J.B: En mi interior había hecho ya un proceso de reconstrucción y estaba preparada para abordar
esa fase, ese encuentro. ¿Cómo conseguimos que, aun con esa preparación anterior, con ese
nuevo clima de proceso de paz, no saltase todo por los aires nada más vernos? Me ayudó mucho
la actitud abierta de Pat de oír mi historia y de abrir espacio al diálogo.

P.M: No fue difícil aceptar el mantener ese primer encuentro, lo que no quiere decir que el
encuentro en sí no fuera difícil. Soy republicano, y debo estar dispuesto a hablar con cualquiera
que esté dispuesto a hacerlo conmigo, también con la persona a la que ha dañado mi compromiso
político. Mi única duda era si nuestro encuentro sería positivo o sería de enfrentamiento. Esto
segundo no lo habría aceptado. Afortunadamente abrimos un camino.

Para la familia de la persona que muere en un atentado, como usted, señora Barry, todo
empieza en un día concreto, como ese 12 de octubre en Brighton; para usted, señor Magee, ese día tiene en realidad su comienzo mucho antes, en la vivencia de la opresión política, del internamiento, con el alistamiento en el IRA… ¿Cómo se abre paso el diálogo partiendo de vivencias tan diferentes?

P.M: Me uní al IRA con 20 años, en el 72. Aunque nací en Belfast, viví la niñez en Londres y mi
vuelta, en el 71, coincidió con la política de internamiento. En esa época, tanto desde el punto de
vista de mi pensamiento como de mi temperamento, me habría definido como un joven pacifista.
Al ver la realidad cotidiana de una ciudad, un país, una comunidad reprimida y que estaba
resistiendo a una ocupación, me dije ‘quiero ser parte de esa resistencia’. Y me alisté en el IRA.
Básicamente me definiría como un republicano activo desde entonces y hasta que dejé la cárcel en
1999. A mi salida, tras diecisiete años, no me incorporé al movimiento activamente, pero sigo
siendo republicano y apoyo incondicionalmente a Sinn Féin y a su estrategia de búsqueda de la
paz. Creo que lo que estoy haciendo con Joe y también con otras víctimas es otra forma de
contribución a esa causa en la que creo.

¿Ayuda o no lo suficiente explicar y escuchar las razones y el contexto de esa lucha?

J.B: Ayudan muchas cosas. Ha sido importante para mí escuchar a otras víctimas, vivir sus
experiencias, y encontrar junto a ellas un lugar en el que sentirme segura para mostrar mis
sentimientos pero también para responsabilizarme de lo que implica ese viaje al que se refiere. Al
principio no podía contar a nadie lo que estaba haciendo, no hablé hasta que pasaron diez meses
de nuestras primeras conversaciones. Tampoco Pat.

¿Es difícil hacer comprender a otras personas que para hacer el viaje que han realizado han optado por retirar de la maleta lastres como la exigencia del perdón y el arrepentimiento?

J.B: Para mí, el perdón es una palabra muy difícil de usar, porque da a entender que hay un
enemigo. De lo que se trata es de comprender y eso te lleva a acabar pensando que si te llega a
haber tocado vivir la vida del otro, seguramente habrías tomado sus mismas decisiones u otras
muy parecidas.
P.M: Desde 2000 a ahora han cambiado muchas cosas. Hoy se entiende que hay que trabajar el
legado del pasado. He hablado con mis antiguos camaradas, mis compañeros, y me he sentido
apoyado por ellos y por la mayoría de la gente corriente. Han surgido voces que dicen que es
prematuro, que no es el momento de hablar de esto… pero la mayoría no piensa eso.
Las personas que han sufrido situaciones de conflicto, que han padecido sufrimiento, son especialmente vulnerables a la manipulación. ¿Evitan ustedes gestos que les conviertan en fetiches mediáticos o políticos?

P.B: Me entenderá si le digo que no confío en los medios británicos. Esa desconfianza se basa en
una larga historia de manipulaciones. Sin embargo, en mi caso me confié al equipo de la BBC con
el que hablamos por primera vez. Creo que en general no se ha manipulado la historia, lo que no
quiere decir que algunas personas no hagan juicios adversos sobre nosotros.

¿Establecer redes y asociaciones ayuda o también tiene riesgos para quienes han padecido de un modo u otro el conflicto?

P.M: ¡Son tantas y tan distintas las asociaciones! Hay más de 40 en Irlanda del Norte, y la
mayoría son de grupos contrapuestos, hostiles entre sí. Se ha tendido a hacer jerarquías de
víctimas, y eso no ayuda a avanzar. Mi planteamiento es que en esto, como en cualquier otro
aspecto del proceso, no se puede excluir a nadie. Razones y sinrazones las tenemos todos. Si
vamos a trabajar con el legado del pasado, lo hemos de hacer de una forma incluyente.

¿Cuál es el lugar que ocupan las víctimas en la resolución de un conflicto y cuál es el papel que no deberían jugar nunca?

P.M: Cada proceso es distinto, y no podemos aportar respuestas cuando nosotros tenemos tantos
interrogantes. Si podemos decir algo es que nuestra experiencia se orienta a la reconciliación, no,
como he dicho, a poner a unos u otros por encima, y hacer eso implica, respetar.

¿Qué mensaje quieren transmitir en esta visita a un país como Euskal Herria que trata, no sin dificultades, de construir un escenario de democracia y paz?

P.M: No traemos recetas, pero pensamos que a la gente le puede venir bien conocer nuestra
historia. Cada país, cada proceso es diferente, sólo podemos contar nuestro viaje, y esperar que
ayude a alguien…
J.B: Tendemos a clasificar a las personas. Hay que intentar trascender a eso, sólo así podremos
ver que ése al que dibujan como nuestro enemigo es una persona que tiene su dignidad. Todos
merecen ser oídos. En nuestro caso comprender eso ha sido fundamental.

Gara  7 noviembre 2006


V Jornadas de Noviolencia Activa de Donosti – Lunes.6 de noviembre de 2006 – 2 comentario(s)

 

Tomado de Acompaz

«Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación»

GENOVEVA GASTAMINZA (EL PAIS)

La reconciliación entre la hija de un diputado ’tory’ y el militante del IRA que le asesinó

Ella se animó para su primera cita pensando que él tendría más miedo al encuentroReconocen que la suya es una experiencia muy singular, pero se niegan a admitir que sea la única. En cualquier caso, es extraordinaria. Jo Berry es hija de sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico que fue asesinado junto a otras cuatro personas en 1984, durante el congreso que celebraba el Partido Conservador de Margaret Thatcher en el Gran Hotel de Brighton. Pat Magee es miembro de la célula del IRA que colocó la bomba. Ambos mantienen un contacto regular desde hace seis años, poco después de que Magee, que cumplía cadena perpetua por el atentado, fuese excarcelado tras los acuerdos de paz en el Ulster.

La iniciativa fue de Jo Berry, una joven lectora de Gandhi a quien el impacto del asesinato de su padre situó en una encrucijada cuando tenía 27 años. «Pensé que tenía dos opciones. Seguir la de la no violencia, que me salía del corazón, o la otra más normal. Opté sin dudar por la primera», explica Berry. Pero antes de llegar a la experiencia de su reconocimiento mutuo -hoy la relatarán en San Sebastián, como plato fuerte de las quintas Jornadas de No Violencia Activa que organiza la asociación vasca Bidea Helburu, defensora de la no violencia y el diálogo para la solución de conflictos-, Berry recorrió un largo camino que le llevó a crear la organización Construyendo Puentes de Paz para tratar de extender proyectos de paz en distintas zonas del mundo en conflicto.

«Quería encontrar un punto positivo en la tragedia que me había ocurrido», rememora Berry. Por eso, un año después del asesinato de su padre, fue a Irlanda del Norte a «escuchar historias» de gentes de la comunidad republicana. Por ejemplo, lo que significa tener el Ejército británico en las calles, o experiencias en las prisiones. «Empecé a comprender por qué se había matado a mi padre, y encontré que en Irlanda del Norte la gente tenía mucho deseo de oír mi historia, y en Inglaterra no tenían interés», explica.

El encuentro con Pat Magee no fue casual, sino trabajado con insistencia desde personas cercanas a ambos. Jo Berry recuerda que, de todos modos, se produjo cuando «ya estaba curado algo» de su dolor y tenía la impresión de que «podía sacar algo» de sí. Por parte de Magee existía la preocupación de que pudieran enfrentarse, pero sus temores se disiparon cuando le aseguraron que Berry sólo quería hablar con él y conocer sus motivos. «Aunque ahora no soy miembro del movimiento republicano, me considero republicano, y el que me encuentre con Jo y otras víctimas es una contribución al proceso de paz [de Irlanda], en el que hace falta una reconciliación», señala.

¿Y cómo fue el primer encuentro? Berry describe con detalle el estado de ánimo «terrible» con que cruzó en el ferry para ir a Irlanda. Y recuerda que se consoló pensando: «Pat tendrá más miedo que yo de encontrarnos». La cita duró tres horas. «La primera hora y media Pat tenía puesto su sombrero político, que yo conocía bien», relata Berry. Después de transcurrido ese tiempo de conversación, Pat Magee confesó a su interlocutora: «No sé qué decir. Nunca he estado delante de alguien con la dignidad que tú tienes. Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación».

«Fue un momento impresionante, porque estábamos empezando otro viaje. Éramos dos seres humanos vulnerables compartiendo nuestras experiencias. Le conté muchas cosas de mi padre, que era un ser humano muy dispuesto a hablar, cosa que era para mí muy importante». ¿Y cuál fue la utilidad de esta experiencia? Berry lo explica así: «Hoy me doy cuenta de que, si me hubiese tocado vivir en la piel de Pat, hubiese podido tener su propia experiencia. Pero sólo me di cuenta de eso al escucharle y al sentir empatía, un sentimiento que también he experimentado al hablar con ex militantes republicanos y constatar el mito que lleva dentro el definir a alguien como enemigo».

Pat, por su parte, explica que el primer paso que hay que dar para entenderse es «reconocer». Y valora, en este sentido, la importancia del testimonio de Berry cuando ésta afirma que «ha llegado a darse cuenta de que, si estuviera en la misma piel y con la misma vida que otro, probablemente hubiera tomado las mismas opciones». Magee cree que es clave «respetar la integridad y la posición del otro», porque no hay blanco y negro en los conflictos.

En este punto Jo Berry interviene para precisar a Magee: «Hay que respetar la actitud del otro, pero no aceptar la violencia. Yo he hablado con muchos hombres que han matado y coinciden en que lo han hecho porque se han sentido no escuchados. Yo intentaba crear más recursos, más capacidad de escuchar. Creo que la violencia nunca da resultados, que es muy fácil que una víctima sea un victimario, y así el círculo se pone a rodar. Me apasiona conocer las raíces del terrorismo y de la guerra. Así es como siento curación dentro de mí».

Sin embargo, Pat Magee no abomina de la lucha armada, incluso delante de una víctima de ella. Y tampoco admite la contradicción que supone esto con el hecho de reconocer el mal que ha causado, algo que sí acepta. «Cuando estás cara a cara con alguien a quien has dañado, se abre una nueva dimensión, y uno se da cuenta de la pérdida que ha causado y de que también ha perdido una parte de sí mismo y de su humanidad», asegura. Pero, a la vez, insiste en que cree que en circunstancias extremas la lucha armada «está justificada». «Nadie en su sano juicio elegiría la violencia como primera opción».

¿Quizás por eso no hablan de perdón en su discurso habitual? Jo Berry asegura que trata de evitar el uso de esta palabra por sus «connotaciones cristianas». «Me alejo de eso. Quiero hablar de experiencias humanas y no de experiencias cristianas», precisa.

Por su parte, Magee lo explica así: «Nunca he pedido perdón por mis acciones. Lo que pido es que se comprendan, pero no por mí. Si entendemos lo que provocó esos 30 años de violencia [en Irlanda del Norte], quizás puedan surgir otras opciones. He dicho lo siento, pero no es pedir perdón. Nunca le diría a Jo ’perdóname’, porque me doy cuenta de que no puedo deshacer el mal causado. Eso sí, soy consciente de que mi humanidad ha descendido por haber destruido una vida humana».