iolanda fresnillo

Un artículo de Iolanda Fresnillo en Viento Suranaliza la cuestión de las soberanías desde una perspectiva popular y pragmática.

21 Feb 2019

Hace unos meses me pidieron si podía participar en la inauguración de la Feria de Economía Solidaria de Catalunya (FESC) hablando de soberanía económica. Un reto que me permitió profundizar en la cuestión de las soberanías. Lejos de la concepción clásica de soberanía que vincula el poder que reside en el pueblo a la existencia de un Estado, muchas concebimos las soberanías como el derecho de los pueblos a definir y decidir cómo queremos que sea la realidad que nos rodea. Una realidad económica, social, política, cultural, territorial, ambiental, relacional, sobre la que queremos tener capacidad de decisión más allá del Estado. Este es el concepto de soberanías del que parto: el derecho a decidir cómo queremos vivir, producir y relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno.

¿Qué significa todo esto en la práctica? ¿Cómo se desarrolla este marco que nos plantea la economía feminista y la economía crítica de poner la vida en el centro? En realidad es tan sencillo como plantear propuestas en torno a los principales retos que afrontamos a partir de cuatro cuestiones muy básicas: ¿Cómo contribuye esta propuesta a cubrir las necesidades materiales e inmateriales de la gente? ¿Cómo influye en las relaciones sociales y, específicamente, en revertir la explotación, el patriarcado, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia, la adultocracia y otras dinámicas sociales que promueven relaciones de desigualdad y violencia? ¿Qué impacto tiene en las bases materiales que sostienen la reproducción de la vida, es decir, en el medioambiente o en procesos como el cambio climático? ¿Cómo contribuye a reequilibrar la distribución de poder y capacidad de decisión y, por tanto, a construir una sociedad más democrática?

 

De soberanía económica a soberanía reproductiva

Nos dice Yayo Herrero, ecofeminista de referencia, que “la economía, la política y la cultura hegemónicas han declarado la guerra a la vida”, ya que se desarrollan de espaldas a las bases materiales y sociales que sostienen la reproducción de la vida. La economía feminista ha puesto el foco precisamente en esto a la hora de plantear que la economía tiene que ver con TODOS los procesos que permiten redistribuir los recursos y definir las relaciones para que la VIDA pueda reproducirse. Y no una vida cualquiera, sino una vida que valga la pena vivirla, como dice Amaia Pérez Orozco.

Pero estamos inmersas en el marco capitalista, tanto en el ámbito simbólico como en el material, en el que la concepción de la economía gira en torno a la producción y la acumulación de valor, de capital. Un marco crecentista en el que el concepto de soberanía económica se identifica habitualmente con la capacidad de decidir sobre aquellos procesos que nos hacen ser más competitivos en el mercado global, que hacen crecer la productividad y el PIB.

Pero si no hablamos de acumular capital y ser competitivos, sino de poner la vida en el centro de la economía, nos resultará muy útil el concepto de soberanía reproductiva. Un concepto que tomo prestado del trabajo coral de varias personas vinculadas al Seminario de Economía Crítica Taifa y publicado en Sobiranías: una proposta contra el capitalisme [versión en castellano]. Para ellas, la soberanía reproductiva hace referencia a las capacidades y procesos para decidir sobre el conjunto de relaciones sociales y económicas que dan centralidad a la vida. Sería el derecho a decidir y ejecutar los procesos de transformación tanto en el sistema productivo como en las relaciones sociales y laborales que lo hacen posible y se derivan de él, de forma que se vincule la producción a las necesidades sociales, materiales e inmateriales. Se trata, en definitiva, de definir procesos de cambio que permitan el desarrollo humano al margen del circuito de valoración del capital y sin agravar (y si es posible revirtiendo) la destrucción medioambiental.

¿Qué significa todo esto en la práctica? ¿Cómo se desarrolla este marco que nos plantea la economía feminista y la economía crítica de poner la vida en el centro? En realidad es tan sencillo como plantear propuestas en torno a los principales retos que afrontamos a partir de cuatro cuestiones muy básicas: ¿Cómo contribuye esta propuesta a cubrir las necesidades materiales e inmateriales de la gente? ¿Cómo influye en las relaciones sociales y, específicamente, en revertir la explotación, el patriarcado, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia, la adultocracia y otras dinámicas sociales que promueven relaciones de desigualdad y violencia? ¿Qué impacto tiene en las bases materiales que sostienen la reproducción de la vida, es decir, en el medioambiente o en procesos como el cambio climático? ¿Cómo contribuye a reequilibrar la distribución de poder y capacidad de decisión y, por tanto, a construir una sociedad más democrática?

Desigualdad y soberanía productiva

Sergi Picazo planteaba hace unos días en Crític diez grandes problemas de la Catalunya de 2019, entre ellos el aumento de las desigualdades. Estos días se han publicado los resultados de un estudio sobre salarios en 2018 realizado por EADA Business School, que señala cómo las nóminas de los directivos han aumentado 21 veces más que las de los trabajadores. En el capitalismo, hoy en día, el modelo productivo necesita y se alimenta de relaciones sociales basadas en la desigualdad y en la espiral de precarización laboral. La extensión de la llamada economía de plataforma impone lo que se empieza a conocer como uberización del trabajo. El éxito financiero de este fenómeno está basado en una precarización laboral extrema de los y las trabajadoras y en la ausencia de derechos laborales.

Ante esta realidad, hay que construir un modelo productivo en el que el engranaje sean unas relaciones laborales basadas en la cooperación, la solidaridad, la reciprocidad, la equidad, la autogestión y la democracia. El cooperativismo, y más en concreto la Economía Social y Solidaria, se convierte en el campo de desarrollo de este modelo productivo (que incluye la producción de bienes y servicios, el intercambio, la gestión, el cuidado, la distribución de excedentes, el consumo y la financiación). La promoción y extensión de este sector a través de nuestro consumo y trabajo, pero también del apoyo de las instituciones públicas y de la concertación público-cooperativa-comunitaria, es clave para un cambio de modelo productivo.

El presente modelo económico resulta inviable sin la división sexual del trabajo, que atribuye a las mujeres las tareas relacionadas, entre otros, con el cuidado de personas, el mantenimiento del funcionamiento del hogar, el acompañamiento y la gestión emocional de la familia. Unos trabajos de reproducción y cuidados imprescindibles para el sostenimiento del modelo productivo, pero que normalmente no son remunerados (y cuando lo son, es en condiciones de precariedad extrema), ni valorados socialmente, y se mantienen invisibilizados. Todas somos personas interdependientes, todas necesitamos cuidados en un momento u otro de la vida. Por lo tanto, una propuesta basada en las soberanías no puede fundamentarse en una distribución desigual y patriarcal de este trabajo. Un nuevo marco de soberanía reproductiva debe pasar necesariamente por la valorización, visibilización y socialización de los cuidados, revirtiendo la división sexual del trabajo y mejorando las condiciones laborales de aquellas que proveen cuidados en el mercado.

Hay que poner sobre la mesa que la transformación del modelo productivo, de bienes pero también de servicios, debe pasar asimismo por un cambio en el ámbito público. La reversión de la mercantilización de los bienes comunes y los servicios públicos no pasa solo por procesos de remunicipalización, sino por buscar nuevas fórmulas de gestión de lo público que impliquen la participación de usuarias y trabajadoras. Una reapropiación público-comunitaria de lo que debería estar fuera de las reglas del mercado (recursos y servicios básicos como la salud, educación, agua, energía, vivienda, cultura…), explorando la gestión público-pública o gestión público-comunitaria.

Soberanías, territorio y cambio climático

Las relaciones desiguales entre el ámbito urbano y rural, la desaparición del sector agrícola no industrializado (con la amenaza que ello supone para la soberanía alimentaria) y la desarticulación del territorio a partir de un modelo de construcción de grandes infraestructuras y un modelo de movilidad y transporte al servicio de los intereses del capital, son cuestiones clave que amenazan la soberanía reproductiva.

Ante grandes infraestructuras que definen la articulación del territorio y el modelo productivo, como el Corredor Mediterráneo, el Canal Segarra-Garrigues o vías destinadas a satisfacer las necesidades de transporte de una industria como la porcina (eje transversal y túnel de Bracons), hay que abordar el reto de repensar el modelo territorial, las relaciones campo-ciudad y el futuro del ámbito rural (repensado desde el ámbito rural), para garantizar no solo el derecho a la soberanía alimentaria de todas, sino una vida digna de ser vivida también fuera de las ciudades. Una nueva articulación territorial y definición de estrategias locales que, junto con la relocalización de la economía, permitan construir un modelo productivo más vinculado a las necesidades que debe satisfacer y más sostenible ambientalmente.

La inevitable restricción del acceso a materiales y energía, especialmente el petróleo, y el cambio climático nos están llevando a un colapso de la civilización industrial del que no somos del todo conscientes. Un colapso que puede, además, alimentar procesos como el auge de la extrema derecha. Como seres absolutamente ecodependientes, no podremos sobrevivir con las consecuencias de un modelo productivo que se desarrolla de espaldas a las bases materiales que sostienen la reproducción de la vida (los recursos naturales, la tierra, los alimentos, el agua, las fuentes de energía). Desde este punto de vista, convertir el modelo productivo en uno que ponga la vida en el centro, bajo el paradigma de la soberanía reproductiva, no solo es una propuesta de las izquierdas o el ecofeminismo, sino que es una necesidad de supervivencia.

Las estrategias para la soberanía alimentaria o energética han de desarrollarse, en este marco de limitación de recursos y colapso ambiental, contando con los recursos propios, construyendo propuestas productivas de circuito corto. Como argumentó Yayo Herrero en la Bienal de Pensamiento de este año, “el capitalismo en su momento actual, con los límites del planeta superados, revela su verdadera realidad material que es verdaderamente fascista. Si las vallas que rodean los lugares de privilegio, además de no dejar pasar personas, no dejaran pasar energía, ni productos manufacturados ni alimentos, los países considerados ricos no durarían ni dos meses”. Un nuevo modelo productivo basado en la solidaridad no puede desarrollarse sobre el expolio de recursos de más allá de nuestras fronteras. Este principio nos lleva a un escenario necesario de decrecimiento.

Soberanía financiera

A la crisis medioambiental se suma la crisis financiera de la que aún no hemos salido y que, según muchos indicios, se profundizará entre 2019 y 2020. La espiral de la deuda en que siguen engarzadas las principales economías del mundo (tanto deuda pública como privada) no deja de crecer, y todo parece indicar que próximamente puede estallar de nuevo una crisis. Construir un nuevo marco de soberanía financiera es un camino necesario para evitar futuras crisis financieras (o al menos amortiguar sus efectos). En este ámbito las dificultades son mayores. A pesar de disponer de un sector de finanzas éticas que pueden contribuir a la financiación de los procesos de transformación del modelo productivo que se han mencionado, hace falta mucha más fuerza para abordar los efectos de la financiarización de la economía.

El control que pueden ejercer los mercados financieros sobre los poderes públicos a través de la deuda es enorme. A través de la deuda y de los fondos de inversión, el capital financiero configura hoy el modelo productivo, las ciudades, el territorio y las políticas públicas. La creación de entidades financieras públicas y cooperativas, basadas en criterios éticos y que incluyan dentro de su misión el cambio de modelo productivo del que hablábamos (es decir, tanto finanzas éticas cooperativas y solidarias, como una banca pública regida por los mismos criterios), junto con un modelo fiscal más progresivo, suficiente e implacable con el fraude y la elusión fiscales, son imprescindibles para despegarse de los mercados financieros y ganar así autonomía y soberanía financiera.

En definitiva, la puesta en marcha de procesos para ganar soberanía productiva, alimentaria, energética, residencial, cultural, financiera, o incluso relacional, nos debe permitir desarrollar procesos productivos y distributivos que no sean explotadores, que sean solidarios (encaminados a satisfacer las necesidades de los demás, no propias), que no estén basados ​​en relaciones de desigualdad (patriarcado, racismo, homofobia, transfobia, adultocracia…) y sean sostenibles (compatibles con el sostenimiento del planeta e incluso la recuperación de las bases materiales que permitan la vida presente y futura).

Esto quiere decir: modelos productivos de circuito corto y autocentrados, es decir, de dimensión local y vinculados al territorio; modelos con toma de decisiones democrática, participados también por usuarios/as y trabajadores/as. Nos deben permitir también avanzar hacia formas de propiedad no privada, comunal, cooperativa y municipal, y propuestas de concertación público-cooperativa-comunitaria, junto con el desarrollo de mecanismos más equitativos de distribución de la riqueza. En definitiva, poner la vida en el centro o, como dice Luis González, “crear alternativas que permitan a la población satisfacer sus necesidades, sorteando así las emociones que pueden hacer crecer el fascismo (miedo, desesperación, frustración). Estas alternativas deberán dotar de autonomía a las personas frente al Estado y, sobre todo, frente al mercado y ser resilientes en los contextos de colapso”.

Fuente

Viento Sur

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