Texto sobre la Solfónica, el popular coro político nacido al calor del 15-M, por Estrella Garrido Arce, una de sus integrantes

29/11/2013 

La Solfónica, durante la jornada de Huelga General del 14-N

La Solfónica, durante la jornada de Huelga General del 14-N

El activista de los años 60 Abbie Hoffman lo llamaba «la mística de los movimientos». Se refería así a todos aquellos elementos que permiten a quienes se sienten parte de un mismo movimiento reconocerse entre sí y comunicar con otros. Palabras, imágenes, gestos, estribillos, consignas, señas o contraseñas que sincronizan los deseos, organizan los instintos, unifican las intuiciones. No tanto argumentos compartidos como afectos comunes. No tanto la misma opinión, como sentir las cosas del mismo modo. Hoffman consideraba esa dimensión el «tesoro más precioso» de los movimientos.

¿Cuál sería la mística de los movimientos que han poblado las calles desde hace dos años y medio en España? Por ejemplo, las manitas y el grito mudo del 15-M, los colores y las camisetas de las mareas, la casita y el «sí se puede» de la PAH. Las palabras, imágenes, gestos, estribillos, consignas, señas o contraseñas que nos conmueven, es decir, que nos hacen movernos con el otro. No se suele prestar mucha atención a nada de esto. No se sabe muy bien cómo pensarlo. Y siempre hay quien asocia todo lo afectivo y emocional con las pulsiones fascistas. Es urgente aplicar otra mirada, más atenta y capaz de conferir valor.

Sin duda, la música de la Solfónica forma parte (activa, creadora) de esa «mística» de los movimientos que ocupan la calle desde hace años y medio, en tanto que «banda sonora». ¿De qué experiencia colectiva surgen sus temas, cómo funciona la Solfónica, qué dilemas afronta? Estrella Garrido es integrante del coro y escribió el texto que puedes leer a continuación para unas jornadas sobre «Subjetividad y lógicas colectivas» en Madrid donde yo también participé. El escrito me gustó mucho –así como también el hecho de ser un relato desde dentro: si no somos capaces de contarnos, nos contarán otros– e invité a Estrella a publicarlo en Interferencias, añadiendo enlaces a temas y actuaciones de la Solfónica. Un trabajo de documentación que aún no se había hecho y que esta invitación ha ofrecido a Estrella la excusa para hacer.  

«Si la dimensión de la palabra supone la imposibilidad de la comunicación sin equívocos, en la música dicha imposibilidad adquiere su máximo peso. Justamente se trata de abrir la escucha a esa dimensión del vínculo de lo inespecífico, de lo que no puede cristalizarse en ninguna significación determinada”

Pablo Fridman

La Solfónica: un estilo político

Como sabéis la mayoría de las personas que estáis aquí, la Solfónica es un coro y orquesta que surgió del llamado «movimiento 15M» gestado en la primavera del año 2011, alrededor de la nueva experiencia política y vital que se abrió con la ocupación y acampada en la Puerta del Sol de Madrid.

Hay un documental que recomiendo: «Dormíamos, despertamos. El año que tomamos las plazas. Una película colectiva sobre el 15M», pues cuenta muy bien los orígenes de la Solfónica: fue una ilusión colectiva que, partiendo de la idea de una sola persona, una chica llamada Inés que tocaba la flauta y a la que muy pronto se unió un antiguo profesor, Edgar, consiguió aunar a todo un grupo de músicos y cantantes que se vieron concernidos por lo que estaba pasando en la Puerta del Sol y decidieron interpretar un particular movimiento de la 9ª Sinfonía de Beethoven(1), como así hicieron un 19 de junio de 2011 en la plaza de Neptuno, volviéndose a interpretar después en la Puerta del Sol con motivo de la movilización mundial del 15-O.

Desde entonces, la Solfónica ha ido adquiriendo un estilo propio como coro popular y de carácter político que mantiene viva la esencia de ese movimiento, de la misma manera que continúan en ella bastantes de las personas que estuvieron en sus inicios. Resalto especialmente el valor de tocar y cantar en calles y plazas, como otra manera de ocupar y defender el espacio público y común. La «marca» de Sol viene grabada en su mismo nombre, y el dibujo de un pequeño sol que sonríe irónico mientras toca el violín sirve de logo y bandera a este grupo que ha hecho de la música su instrumento de lucha.  

Mi experiencia solfónica

La Solfónica funciona como un organismo vivo: la gente entra y sale de ella, a veces a temporadas; en ocasiones contamos con más instrumentistas y en otras con menos, de la misma manera que no acertamos a saber nunca exactamente cuántas personas vamos a actuar (aunque dispongamos de una plantilla en internet para apuntarnos y controlar un poco nuestra asistencia). A última hora siempre aparece más gente y, más allá de la convocatoria concreta, funciona mucho el empuje de quien propuso el acto y, cómo no, la propia solidaridad interna dentro del grupo. De esta manera, la Solfónica es verdaderamente única e irrepetible en cada actuación, y al igual que la nave Argos(2), se va construyendo y remodelando a lo largo de su singladura. Lo que permanece es su nombre. Y ese carácter abierto, tolerante, solidario y sensible al deseo de las personas que componen el coro y la orquesta que es para mí uno de los valores más destacables de mi experiencia solfónica.

De hecho, yo no provengo del movimiento 15M, aunque haya compartido sus debates y, sobre todo, sus luchas en la calle. Mi orientación política se ha movido desde la adolescencia en entornos de carácter libertario, pero cuando llegué a la Solfónica lo primero que me llamó la atención es que no noté la diferencia, antes bien, me encontré con una gente estupenda que me hicieron sentir muy bien acogida y que funcionaba bajo parámetros asamblearios de respeto y consenso, así como de autogestión y solidaridad entre sus miembros. En la Solfónica no todos pensamos lo mismo, pero cantamos juntos.

Mi contacto con la Solfónica tiene una fecha concreta, aunque yo por entonces no tenía ni idea de lo que iba a suceder después. Fue en verano del año pasado, al día siguiente de la famosa «noche minera» del 11 de julio. Cerca de las 22h y cuando los mineros ya se habían retirado, hubo una brutal carga policial en el centro de Madrid que partió de la Puerta del Sol, provocando la estampida en la gente que todavía estábamos en la plaza. La violencia vivida aquella noche y el miedo que pasé me llevó a escribir una nota a la mañana siguiente que colgué en la red y que algunas personas compartieron para mi sorpresa, uno de cuyos párrafos decía: “Para culmen de mi sensación de «repetición histórica” escuché a un buen grupo de gente en la Plaza que cantaba la mítica canción de Lluis Llach L’estaca (1968!), una de las primeras canciones-protesta que aprendí a cantar en catalán cuando todavía iba al colegio…»

¡¿Quién me iba a decir a mí que esa gente que cantaba era la Solfónica?! ¡Y que después yo misma cantaría con ella L’ estaca en tantas ocasiones! Pero aún tenía que dar otro paso más. Fue en el tiempo de las «mareas blancas» de noviembre del año pasado en defensa de la sanidad pública. Estando en Sol escuché cantar de lejos La cantata de Sta. María de Iquique de Quilapayún y allá que me acerqué corriendo. De repente me vi cantando emocionada con aquella gente uno de los temas musicales que habían marcado el despertar de mi conciencia política allá por mis 12 o 13 años, durante una gripe en la que no fui a la escuela y pasé varios días en cama mientras escuchaba con pesar una y otra vez aquella casete de Quilapayún que me venía del mundo de mi hermana mayor. Entusiasmada, les pregunté si podía cantar con ellos y me dieron una dirección de correo electrónico para establecer el primer contacto (solfonica@gmail.com). Al día siguiente ya estaba inscribiéndome en su Foro de internet y quedando para el primer ensayo. Fue para mí una auténtica experiencia de deseo en la que todavía insisto.  

Organización, actividades y algunos problemas con los que nos encontramos

La Solfónica se rige fundamentalmente a través de su Asamblea mensual, si bien nos organizamos en diversos grupos de trabajo para agilizar determinadas tareas (gestión de correos, comunicaciones, preparación de asambleas, acogida de la gente nueva, etc.).

Destacaría varias actividades promovidas por gente de la Solfónica que aportan un gran valor al grupo: la «Solfoescuela», que son clases impartidas voluntariamente por varios músicos (Carmen, Daniel, Pepe) y gracias a las cuales aprendemos solfeo y tocamos algún instrumento. Contamos también con unos «Talleres de Voz» impartidos por una compañera cantante y profesora de música, Elena, con la intención de mejorar nuestra técnica vocal, aunque yo destacaría sobre todo su valor para relacionarnos en grupos más pequeños que van tejiendo así redes de confianza más estrecha. Este aspecto me parece fundamental en un grupo como el nuestro, cuando nos podemos ver fácilmente cantando en una manifestación rodeados por un montón de antidisturbios y en situaciones de posible violencia en las que el miedo aflora fácilmente. La confianza en tus compañeras se revela aquí como el mejor de los tranquilizantes.

Pero sobre todo, es la «producción de afectos comunes» –como señalaba hace unas semanas el pensador Michael Hardt en una entrevista–, el compartir «la alegría y la felicidad», lo que toma un extraordinario valor político que es «central en cualquier acción transformadora». Por no extenderme también sobre el bienestar y los efectos saludables que provoca la experiencia de cantar juntos, bien conocida desde la Antigüedad y puesta en práctica en casi todas las culturas a través de rituales colectivos en los que la música/el canto funcionan como elemento aglutinante. En una línea similar aunque bien diferente en sus objetivos, también las llamadas «masas artificiales» (Freud), como el ejército y la iglesia, y otros tipos de grupos han entonado sus himnos para motivar, unir, y transmitir valor y disciplina entre sus miembros…

Asimismo, nuestro compañero Luis, que ha asumido responsabilidades en el mantenimiento de la infraestructura informática del grupo, ha puesto en marcha unos «Talleres de informática» orientados al manejo de las herramientas con las que nos organizamos. Y es que la «brecha digital» puede llegar a suponer una limitación para una parte de la Solfónica, dada la media de edad en la que nos movemos superior a los 40 años. Pero tratándose de un grupo tan numeroso (casi 200 personas inscritas, si bien la participación activa ronda entre las 50-60 personas), el uso de las nuevas tecnologías de comunicación resulta ineludible.

Y en este apartado de actividades he de mencionar por último El crepúsculo del ladrillo, nuestra «ópera buffa de tiempos de crisis», con letra de José Manuel Naredo y música de David Alegre -que estrenamos en el marco del Mayoglobal 2013 y que hemos vuelto a representar a mediados de octubre, dentro de la semana de movilizaciones internacionales del #15O-, porque es una iniciativa propia que va en la línea de lo que nos estamos planteando como proyectos de futuro: diseñar acciones de agitación propias de la Solfónica más enfocadas hacia un «activismo musical» y/o artístico, de mayores repercusiones, y también con la idea de acercarnos a otros lugares más «populares», con el objetivo genérico de animar a la movilización y participación política.

Por otro lado, nos encontramos en nuestra experiencia con algunas cuestiones que nos dan qué pensar, entre las que destaco las siguientes. En primer lugar, la ya citada sobre la media de edad en la Solfónica, pues nos han indicado en ocasiones que destaca la ausencia de gente más joven como la que había inicialmente. Obviamente hay muchas razones de fondo, entre las que considero fundamental el gran tiempo que dedicamos a ensayos y asambleas convocadas mayoritariamente en fines de semana; además, la gente más joven se ha desplazado hacia otros tipos de activismo social y de barrio; y los jóvenes que además son músicos se encuentran con el problema de la profesionalización y las dificultades para “buscarse la vida” en el mundo de la música, por lo que su disponibilidad es mucho menor. De hecho, aunque en la Solfónica contamos con músicos profesionales no se exige a nadie que sepa solfeo ni se hacen pruebas de entrada, pues consideramos que el deseo de participar es la mejor garantía.

En segundo lugar, además de los múltiples motivos de protesta que nos hacen salir a la calle, prácticamente, casi todas las semanas, la Solfónica recibe muchas invitaciones para participar en diversos tipos de actos, a los que hemos acudido siempre con entusiasmo. Sin embargo, en los últimos meses hemos abierto un debate para tratar de consensuar unos mínimos criterios a la hora de elegir dónde acudir, pues ese querer «estar en todo» al final pasa su factura, en cansancio y en tiempo, y lo cierto es que casi no nos queda tiempo para ensayar ni para ampliar nuestro propio repertorio. Y no podemos permitirnos caer en la sensación de repetición ni queremos resultar cansinos cantando siempre lo mismo. No obstante, si al final no llegamos a un acuerdo respecto a la aprobación de una actuación, tampoco hay obligación ni prohibición de nadie: si las personas que desean ir alcanzan un grupo donde haya una representación mínima de cada voz, alrededor de unas 15 personas aproximadamente, la Solfónica confirma su asistencia.

Por último, también hemos recibido críticas, en el sentido de que nuestra actuación al final de una manifestación pudiese obturar el ánimo de lucha de la gente, coartando así posibles expresiones de rabia y ganas de seguir protestando. Nada más lejos de nuestra intención. Aparte del hecho de que actuamos en coordinación con los organizadores del evento.

De la «canción protesta» al coro político

La música siempre ha tenido un gran valor político y de unión e identificación, de ahí la importancia de la llamada «canción protesta» en los movimientos sociales del pasado siglo.

Desde los años 60 son famosas figuras como Bob Dylan o Joan Baez, aunque el auténtico precursor en los años 40 e inspirador del mismo Dylan fue el americano Woody Guthrie, cuya célebre guitarra llevaba escrita esa frase que advertía: «Esta máquina mata fascistas». Tuvimos por supuesto el gran ejemplo de los cantautores en América Latina, cuya conciencia política combinaba la protesta con el amor por el folclore de su tierra y por la vida, como bien transmitía Víctor Jara cuando afirmaba: «Nuestra canción no es una canción de protesta. Es una canción de amor».

En Europa, tuvimos la canción protesta de autores franceses como Jacques Brel o Georges Brassens. O el punk que surge con rabia en Gran Bretaña en 1977 y se extiende bajo la reaccionaria política neoliberal de Thatcher. En nuestro país, la canción protesta se personifica en figuras como Chicho Sánchez Ferlosio o Paco Ibáñez; pero para las que somos catalanoparlantes como yo, la influencia de Lluis Llach en varias generaciones es indiscutible y, de hecho, ahí seguimos cantando el himno de L’estaca. También podríamos hablar del Rock Radical Vasco que surgió a mediados de los años 80 (Kortatu, Eskorbuto, la Polla Records, etc) y conjugó su crítica social antisistema con el desarrollo de expresiones culturales alternativas (fanzines, radios libres) y hasta una incipiente industria del sector discográfico.

Hoy en día, parece que la «canción protesta» como tal ha pasado el testigo del compromiso social en la música a grupos de rap, ska o hip hop, que mantienen la protesta viva en sus letras y actuaciones, aunque sin demasiada difusión mediática «comercial».

Hasta el movimiento Occupy Wall Street tuvo su proyecto de activismo musical («Occupy Musicians”) poniendo en marcha una lista que en el verano del año pasado había unido a más de 4.000 músicos de todo tipo. Parece que lo más novedoso estuvo en la experiencia de otro tipo de activismo musical que no pasaba tanto por el protagonismo personal como por el hecho de unirse como ciudadanos a una causa.

Algo así ocurrió también en nuestra Puerta del Sol con la experiencia del 15M, y tan sólo un mes después la prensa ya se hacía eco de este cambio cuando diferentes músicos que acudieron a la plaza con la intención de tocar se dieron cuenta de «que tenía más sentido escuchar y aprender. (…) Nos parecía más lógico eso que hacer una canción «. Otro proyecto de activismo musical que surgió en la plaza al calor de la indignación como el nuestro fue el de «Fundación Robo», que llegó a plantearse la creación de una canción a la semana. Tenían la intención de implicar a diferentes músicos con inquietudes parecidas y dar cabida a un tipo de letras que dieran cuenta del descontento de la ciudadanía. Puede seguirse su trabajo de libre descarga en bancamp y un buen video resumen sobre sus inquietudes en «Populismo musical: películas caseras de la Fundación Robo».

Por otra parte, leí no hace mucho otra experiencia innovadora de activismo musical nacida en el norte de Europa bajo el nombre de «coro de quejas», cuyo tema puede verse subtitulado en castellano. También hay un grupo en Berlín, llamado Lebenslaute, que combina la música, principalmente la clásica, con la acción social y la desobediencia civil, y que se caracteriza por actuar en lugares públicos muy particulares donde la vida humana se ve amenazada (por ejemplo, en salas de aeropuertos, para evitar la deportación de migrantes).

La Solfónica: un coro político y popular

La Solfónica es un coro político, que ha hecho de calles y ágoras su espacio de intervención. Ha sabido recoger una herencia simbólica muy valiosa y revolucionaria a través de canciones que devinieron símbolo de causa para toda una comunidad. Así son, por ejemplo, la portuguesa de la Revolución de los Claveles Grândola, Vila Morena; o el Coro de los esclavos de la ópera Nabucco de Verdi; o la Canción del pueblo del musical Los Miserables, sobre la novela de Víctor Hugo; o las más cercanas a nuestra historia reciente contra la dictadura L’estaca y el Canto a la libertad, de Labordeta, sin olvidar la herencia republicana en la adaptación de la canción de la resistencia madrileña Puente de los franceses.

En este sentido, podemos observar que la canción protesta ha estado siempre ligada a la izquierda; sin embargo, y dada la inclusividad del movimiento 15M, resulta muy interesante plantearse la pregunta acerca de ¿cuál podría ser en España el equivalente de la Grândola, Vila Morena portuguesa?

Quizá por ello también la Solfónica ha creado sus propios temas para contribuir a la lucha, como el No nos representan, que para mí es la canción-alma de la Solfónica y que recoge algunas de las frases que flotaban como ideas-fuerza en el 15M hace dos años; o el inspirado en el drama de los desahucios La Alondra desahuciada; o la canción para la lucha por la sanidad pública La sanidad no se vende, se defiende.

Igualmente, ha recogido canciones populares adaptando sus letras con ironía a la cruda realidad política en la que vivimos (Rianxeira; Eurovegas; Don Manolito (de Sarozábal); o la popular Maruxina, en honor de la lucha minera).

Y cómo no, también la Solfónica rinde homenaje a nuestros poetas ilustres como Federico García Lorca (su hermoso Zorongo) y Miguel Hernández (Vientos del pueblo), y cualquiera que haya estado en una actuación habrá podido escuchar las entrañables presentaciones que hace nuestro compañero y director, David Alegre, de estos poetas y de su lucha por la justicia y la libertad, que sigue siendo también la nuestra.

Asimismo, la Solfónica ha hecho partícipe de su canto a la figura del auditor, a los otros que escuchan, y como sabéis solemos compartir nuestras letras en fotocopias para que sean cantadas por la gente, lo que sucede siempre con gran entusiasmo. A ello se une la proximidad cuerpo a cuerpo en el espacio público, de modo que cualquiera puede alzar su voz e integrarse en el coro sin barreras aparentes. Esta manera de hacer teje lazos entre las personas que aúnan, bajo el disfrute de la música y el placer de cantar, emociones y conciencia política. Por eso, entre otras cosas, es tan querida la Solfónica. Pareciera como si, por un momento de entusiasmo e ilusión, ese “cantar juntos” sin miedo en la plaza tuviera la fuerza colectiva capaz de cambiar el mundo y hacernos olvidar por unos instantes aquellos versos que citaba Freud:

«El viajero que camina en la oscuridad rompe a cantar para engañar sus temores, mas no por ello ve más claro»

1. Un reciente artículo sobre la Solfónica aparecido en el periódico Madrid 15m resume el valor simbólico y transgresor que tenía la elección del último movimiento de la última sinfonía de Beethoven, pues hasta entonces jamás había habido coros en una sinfonía. La necesidad del compositor alemán de expresar con palabras el mensaje de la Oda a la Alegría, escrita por Friedrich Schiller, marcó la hermosa historia de este movimiento, y con él de tantos actos simbólicos en los que esta pieza ha sido interpretada.

2. Tomo esta metáfora prestada de un texto de mi compañero en la Solfónica Luis González.

"Gobierno dimisión"

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