ANDRÉS KRAKENBERGER Y SABINO ORMAZABAL  / ASOCIACIÓN PRO DERECHOS HUMANOS ARGITUZ

Reiteradamente se viene debatiendo si tiene carácter político o no el encarcelamiento de determinadas personas. Aquí, en nuestro entorno inmediato, se ha argumentado que en una democracia no cabe ni el concepto de preso político ni el de víctima de violencia de motivación política. Debates conceptuales y apasionados como éstos, aun siendo importantes, nos impiden avanzar hacia una democracia en la que no se produzcan conculcaciones de derechos humanos o –al menos– que se produzcan muchas menos. Además,la pasión denota sentimiento y el sentimiento no siempre atiende a lo racional. Por tanto, pensamos  que, para poder avanzar, hay que intentar introducir en el debate un ingrediente racional.

¿Puede haber presos políticos y víctimas de violencia política en una democracia? Claro que sí. Ningún sistema de gobierno es perfecto, y la democracia tampoco lo es. A eso se refería Winston Churchill cuando afirmaba que la democracia no era el mejor de los sistemas, pero sí el menos malo. Así que, cuanto más mejoremos la democracia, menos imperfecciones tendrá; y también habrá menos casos de víctimas de violencia de motivación política, y menos presos políticos. Una democracia supuestamente tan bien reputada como la británica ha ocasionado víctimas de violencia de motivación política y presos políticos. Recuérdense si no los casos de los seis de Birmingham,los siete de Maguire y los cuatro de Guilford.

Acaso, los diferentes puntos de vista sobre lo que –en rigor– no debería pasar de ser una mera clasificación semántica de categorías penitenciarias, tengan su origen en las revoluciones burguesas contra las monarquías absolutas de origen divino,cuando mucha gente fue encarcelada por oponerse a lo que entonces era el status quo imperante. Entre los que se enfrentaban a esas monarquías absolutas había quien lo hacía utilizando pluma y papel, y había quienes optaron por las armas. Nadie discutía, no obstante, el carácter político de la reclusión que ello originaba. Se les penaba por querer un cambio. De las monarquías absolutas pasamos a las dictaduras, a las monarquías parlamentarias y a los regímenes republicanos. Regímenes, todos ellos, con mayores o menores dosis de democracia; mayores o menores índices de víctimas de violencias de motivación política, y también de presos políticos.

Conviene que las definiciones estén claras: preso de conciencia es cualquier persona encarcelada por su raza, religión, color de piel, idioma, orientación sexual o credo, siempre que no haya practicado la violencia ni abogado por ella. Tan importante, en la definición, es la motivación como el hecho de no haber practicado la violencia ni haberla defendido. Preso político es cualquier persona física a la que se mantenga en la cárcel o detenida de otra forma, por ejemplo bajo arresto, porque sus ideas supongan un desafío o una amenaza para el sistema político establecido, sea éste de la naturaleza que sea. Hay presos de conciencia que no son presos políticos: por ejemplo, en la antigua Unión Soviética se encarceló por su credo religioso a personas que no se oponían al régimen político. Hay presos políticos que no son presos de conciencia, porque en su oposición al régimen utilizaron la violencia o abogaron por ella. Nelson Mandela no practicó personalmente la violencia, pero en determinada fase de su vida abogó por ella en su programa político, lo cual le convirtió,cuando fue encarcelado, en preso político, pero no en preso de conciencia. Tampoco hay que confundir la categoría de preso político con la de político preso. Radovan Karadžic, por mucho que sus motivaciones fueran políticas, fue encarcelado por graves excesos en forma de abusos y violaciones de derechos humanos cometidos en defensa (no en contra) de un status quo político determinado,desde una posición de responsabilidad como parte de ese mismo status quo. Eso lo convirtió en un político preso, no en un preso político.

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