Palestina. Una gruesa nube de humo con olor a manzana cubre el rostro de Faten; preparar el narguile[1] es para ella todo un ritual con el que se reposa de una larga jornada de trabajo y ahora, de una larga jornada desempleada.

Faten se define como palestina antes que cualquier otra cosa. “La gente –dice- ha dado mucha importancia a la pertenencia religiosa en los últimos años, pero yo no me defino como cristiana, sino simplemente como palestina. Nací, es cierto, en Nazareth y mi familia es cristiana católica, pero nosotros como cristianos padecemos de la ocupación igual que los musulmanes. La diferencia no está en la pertenencia religiosa -asegura- sino entre los de adentro[2] y los de Cisjordania.

“Para ser sincera -me dice después de otra gran bocanada de humo- creo que el sufrimiento de los de adentro es mucho peor, pero nadie lo sabe. Todos escuchan hablar sobre la ocupación en Cisjordania o el cerco de Gaza, y bueno, no niego que la situación sea difícil, pero adentro vivimos la discriminación de los israelíes todos los días en todo momento. ¿Por qué crees que me vine a vivir a Ramallah?

“Después de terminar mis estudios en la Universidad de Haifa tenía que tomar un respiro o me habría vuelto loca, ¡y mira que venirse a vivir a Ramallah en la Segunda Intifada no significa precisamente tomarse vacaciones!, pero no podía más. No soportaba ya escuchar a mis profesores hablar de historia pues aquello era una deformación grotesca. Con decirte que lo más inocente era querer encontrar elementos judíos en el arte islámico. Ahora imagínate lo que escuchaba cuando hablaban de la historia de “sus” ciudades. Evidentemente no se hacía una sola mención a los palestinos que vivieron ahí hasta que los echaron, parece como si su historia se hubiera dado por generación espontánea, algo así como: …y un día de mayo de 1948 se creó nuestro grandioso estado…, y nadie lo cuestiona, nadie lo refuta.

“Pero afortunadamente para nosotros existen los cactus. ¡Sí, los cactus! Mi madre siempre nos dijo que pusiéramos atención a cuando los viéramos, pues era con estas plantas que los palestinos marcaban los límites de sus terrenos en esos poblados que ahora son sólo recuerdos. Israel trató y sigue tratando, literalmente, de borrarnos del mapa. Borró las casas de cientos de pueblos en la Palestina del 48, transformó la demografía y la geografía, pero no cuidó los detalles. Es por eso, que todavía hoy se pueden ver en el paisaje restos de casas palestinas perdidas entre los árboles, y los cactus, más necios que los palestinos, se empeñan en recordar al que lo sabe que ahí se cometió una injusticia. ¿Ves por qué te digo que vivir adentro es más difícil que acá en Cisjordania?”

Muchas veces al caminar por Jerusalén occidental había pensado en lo que Faten ahora me aclaraba con tanta nitidez. Las huellas del pasado seguían ahí, pero una amnesia colectiva las volvía invisibles, o ¿cómo, interpretarían los israelíes las inscripciones en árabe talladas en el umbral de “sus” casas? ¿Pensarían quizá que aquello era también parte de los rasgos judíos del arte islámico y no la fecha de construcción de esa casa con su correspondiente aleya[3] que la bendijera?

“Ahora, -me dijo poniéndose aún más seria- imagina los problemas de identidad con los que crecemos los palestinos de adentro. En el mejor de los casos tenemos, nada más, -y ríe sarcásticamente- un complejo de inferioridad, pues sabemos que de antemano nuestro futuro está más o menos decidido. No importa cuánto te esfuerces, ni cuánto trabajes, siempre serás un “árabe”. Otros, los que no aceptan este fatídico destino, se empeñan en borrar sus orígenes y en ser más israelíes que los israelíes. El mayor insulto es recordarles que son palestinos y aún si te contestan en árabe, te dirán que no, que ellos no son palestinos sino cristianos o musulmanes”.

El carbón del narguile se consumía rápidamente y Faten tuvo que hacer una pausa para cambiarlo y poder seguir fumando pues todavía tenía mucho que decir.

“¿Sabes?, la diferencia es que aquí en Cisjordania, te enfrentas a la ocupación en situaciones específicas. Al cruzar el checkpoint, al entrar o salir de una ciudad, y en el peor de los casos durante una incursión. En cambio allá adentro, tienes que convivir con ellos todo el tiempo. Cruzar Qalandia[4] para ir a trabajar a Jerusalén es un verdadero infierno, pero al menos, el encuentro con el ocupante es en un sincero clima de odio, ¿me explico? Ellos nos hacen la vida imposible y nosotros los detestamos por ello. Mi rostro se los demuestra y mis insultos también. En cambio, adentro… ¡adentro somos ciudadanos de cuarta categoría!, pero aún así tienes que desearle los buenos días a tu vecino Mikhael o Simon ¡y en hebreo por supuesto!

“Adentro, ser congruente con tus creencias políticas significa perderte en un laberinto sin salida. Estar ahí significa aceptar sus reglas del juego y yo con eso simplemente no puedo. Sé que si fuera menos tajante mi vida sería completamente diferente. Trabajaría en un teatro israelí –nunca sería protagonista pero podría aspirar al rol de la terrorista-, saldría a divertirme a bares con mis compañeros de universidad y quizá, de vez en cuando me los toparía en algún checkpoint revisando el carnet de identidad del resto de los palestinos; podría aceptar convertirme en una “árabe” que no parece “árabe” y tomarlo como un cumplido, y podría aceptar como trágico destino el hecho de que los “hippies” israelíes vayan a divertirse a Ghamallah[5] porque es más barato mientras que mis amigas nacidas en Jerusalén, Jaffa o Haifa nunca podrán volver a la casa de sus abuelos. Podría… podría intentarlo… y tendría trabajo, y quizá como actriz hasta me haría famosa, pero sé que algo dentro de mí no me lo perdonaría. Así que, aquí me tienes, fumando de noche y de día mientras encuentro trabajo en Cisjordania e intentando explicar a la gente de aquí que los de allá adentro también padecemos la ocupación, pero que a diferencia de ellos, nosotros no podemos combatir los tanques con piedras”.

[1] El narguile es la pipa de agua. Nota de la redacción.

[2] Expresión en árabe para referirse a los palestinos que quedaron dentro de los territorios que Israel ocupó en 1948. Los palestinos de “adentro” son los palestinos con ciudadanía israelí.

[3] Aleya es un vocablo árabe que significa señal, presagio o milagro, y es el nombre de cada uno de los 6,236 versículos o partes menores en que se divide el Corán, o libro Sagrado del Islam. Nota de la redacción.

[4] El checkpoint, o punto de revisión, que separa Ramallah de Jerusalén.

[5] Ramallah con la pronunciación gutural de la R característica de los hablantes de hebreo.
Número 25    noviembre 2011   DESINFORMENOS
Ana Laura Ponce

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