Hablamos con Pepe Beunza, activista antimilitarista y uno de los impulsores de la campaña de objeción de conciencia al servicio militar obligatorio.

Pepe Beunza

Pepe Beunza, activista antimilitarista, durante la entrevista con El Salto. Álvaro Minguito

Los tres años y dos meses que Pepe Beunza pasó en la cárcel fueron el punto de inicio de una de las campañas de desobediencia civil más exitosas del Estado español: la objeción de conciencia e insumisión al servicio militar obligatorio. Era 1971. Treinta años después, el Gobierno español daba por fin su brazo a torcer eliminando la mili. Hablamos con Pepe Beunza.

¿Cómo empezaste a interesarte por la no violencia y por la objeción de conciencia?
Yo vivía en Valencia y estudiaba ingeniería agrícola. Siempre me había gustado la naturaleza, había sido boy scout y había ido mucho por la montaña. También era una persona inquieta por los problemas sociales. Tenía una formación cristiana, mi familia era católica y había ido a un colegio religioso. Y aunque me habían enseñado cosas que eran muy negativas, había aprendido que la vida, si no te dedicabas un poco a ayudar a los demás, no tenía sentido. A los 18 años estuve de voluntario en una leprosería, también participé en campañas de alfabetización en los suburbios de Valencia.

Tenía una cierta tendencia a preocuparme por los problemas de los demás y al entrar en la universidad en 1965-1966 –cuando empezaba a haber un movimiento fuerte contra el sindicato fascista, contra el franquismo y a favor de la democracia y la libertad– empecé a interesarme por estos temas y a ir a las asambleas. Poco a poco me fui politizando, fui a manifestaciones, la policía me pegó, participé en algunas encerronas y, más o menos, me incorporé a lo que sería la lucha por la democracia. Entonces, un verano un amigo mío me cuenta que había ido a Francia a una comunidad pacifista que se llamaba El Arca que había fundado Lanza del Vasto y me dije que eso también lo tenía que ver yo.

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